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Las hojas que constantemente caen de los árboles forman al mezclarse con la arcilla y la greda el humus, excelente abono, semejante en sus fuertes materias fructificantes al guano de ciertas regiones americanas.

Y ellos, desconociendo sus propios males, hablaban con horror de las dolencias que asaltaban a los hombres en la penumbra de la selva al remover el humus secular y las vegetaciones dormidas: grandes abscesos de la piel que acababan por rebullir lo mismo que un hormiguero, avivándose la carne en gusanos; emponzoñamientos de la sangre que mataban en breve tiempo a un hercúleo jayán; rápidas consunciones, devoradoras de grasas y de músculos, que sólo respetaban el esqueleto, dejándolo flotante dentro de la piel, cual si esta fuese un traje demasiado grande.

Esta es la vegetación en el Oriente. Las masas de hojas que incesantemente arremolinan á su pie la diversidad de árboles, plantas y arbustos, forman en muchos parajes de la isla gran abundancia de humus que se aprovecha convenientemente, por más que se preste á una explotación más viva y positiva que la que se le da en la actualidad.

Sin temor de equivocación se habría podido asegurar que Gracián pasó la noche en austeridades atroces sólo de él acometidas. La inescobata cellula, había perdido cantidad no pequeña del humus manresianus que cubría su suelo; pero Gracián tuvo el gusto de recibir la nueva y abundante remesa de aquel polvo al día siguiente de hacer al Sr. Tablas la recomendación que nuestros lectores conocen. Ocupábase aquella mañana, después de la clase de

El humus fecundo, la temperatura tropical, la humedad que manaba por todas partes, habían cubierto estas laderas de prodigiosa vegetación. Surgía de la tierra amontonada entre los bloques negros, de las grietas y oquedades de la piedra, como si ésta tuviese en aquel paisaje maravilloso un poder de fecundidad.

Como era natural, nada de esto dejó entender a sus subordinados; pero después de haber tomado sus notas, dirigió la exploración hacia unas tierras que ocupaban la vertiente opuesta del valle y pertenecían a los bosques de Montegrande. Allí, por el contrario, el suelo era duro y fresco al mismo tiempo y además riquísimo en humus.

En las cumbres lloraban los pinos por todos los filamentos de su follaje y la gruesa capa de humus se empapaba como una esponja, expeliendo líquido bajo la huella de los pies. En las calvas alturas de la costa, de roca viva, amontonábase la lluvia, formando tumultuosos arroyos que saltaban de peña en peña.

Entre los bloques, allí donde se había amontonado un poco de humus, elevábase triunfador el bosque tropical, compacta masa de intensa verdura rayada de blanco por los troncos de los árboles que invadía todas las pendientes, desde las riberas, en cuyas rocas peinaba el mar sus espumas, hasta las cumbres, rematadas por torres de vigía y baluartes fortificados.

Sobre las zanjas al aire libre habían atravesado vigas de las casas arruinadas; sobre las vigas, tablones, puertas, ventanas, y encima del maderaje varías filas de sacos de tierra. Estos sacos estaban cubiertos por una capa de humus de la que brotaban hierbas, dando al lomo de la trinchera una placidez verde y pastoril.