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Estas construcciones, que recordaban por sus formas la originaria arquitectura portuguesa, adquirían un aspecto criollo con el adorno del cocotero, el banano y otras plantas tropicales formando bosques en torno de ellas. Una ciudad flotante pareció surgir del fondo de la bahía según avanzaba el Goethe, elevando sobre la inmensa copa azul las líneas obscuras de sus chimeneas, mástiles y cascos.

Las sospechas de la vizcondesa adquirían aún mayor cuerpo por esa intimidad que las lecciones de pintura habían establecido entre el artista y su amiga, acabando por creer la señora de Aymaret que la joven renunciara al convento desde el momento que se convenció de que su amor era correspondido por su parte, y, considerándose la señorita de Sardonne por demás afortunada en verse relevada de entrar en mayores explicaciones, dejó que su amiga perseverara en tales conjeturas.

Adquirían un sentimentalismo conmovedor, una unción religiosa en el silencio del campo, como si aquella poesía ingenua y gallarda, cansada de rodar sobre las mesas, manchadas de vino y de sangre, se rejuveneciera al tenderse soñolienta en los surcos de la tierra bajo los pabellones de pámpanos. La voz de María de la Luz era famosa en la ciudad.

Hubiera querido hablar de su padre, de su bondadosísimo padre, a quien tanto había amado; de buena gana hubiera recordado también los pormenores de su infancia, por más que en ella la brigadiera no desempeñase un papel muy grato; dispuesto estaba a olvidar todas las heridas, todos los desdenes y acordarse únicamente de los cortos momentos de dicha que había disfrutado; hasta los castigos de su madrastra adquirían, con la velada luz de los años, y al través de la súbita ternura que se había apoderado de él, un aspecto maternal que borraba su injusticia; por su gusto se reiría, trayéndolos a cuento como hacen algunas veces los hijos cariñosos después que llegan a hombres.

No obstante, sus grandes ojos negros, serenos y límpidos, que, como hemos dicho, ofrecían cierta singular inmovilidad semejante a la de los que padecen de gota serena, adquirían un movimiento tan sosegado y tan dulce que una de las señoritas de Ciudad, la misma que la había presentado al ingeniero Suárez, no pudo menos de exclamar la noche anterior: ¿No repara usted qué mirada tan suave tiene Martita?

Las creencias religiosas extendían sus alas con toda amplitud en este ambiente de peligro y de muerte, y al mismo tiempo adquirían nuevo valor las supersticiones más grotescas, sin que nadie osase reír de ellas. Al salir de uno de los subterráneos, en mitad de un espacio descubierto, encontró á su hijo.

Parecíale como una falanje de astros humanos, de cielos y mundos en forma de seres vivos, que allí se determinaban dentro del espacio mismo de una llama sin fin; cada uno engendraba miles, cada mil un millón; se alejaban y volvían, se obscurecían tenuamente, y de nuevo adquirían el brillo de la más intensa luz.

Jóvenes, parejas de novios, enamorados, seguidos detrás de cuidadosas madres ó tías; grupos de estudiantes en traje blanco que la luna hacía más blanco todavía; soldados medio borrachos, en coche, seis á la vez, yendo de visita en algun templo de nipa dedicado á Citéres; niños que juegan al tubigan, chinos vendedores de cañadulce, etc., llenaban el camino y adquirían á la luz resplandeciente de la luna formas fantásticas y contornos ideales.

Cómo quieres que un pobre llame a tu puerta, si no le das limosna, rica avarienta. Y los pueriles conceptos que guardaban, adquirían en sus bocas una importancia excesiva, parecían sentencias sagradas, fórmulas misteriosas y amables que nadie podía tocar sin cometer un sacrilegio. El aire se poblaba de aquellas notas suaves, prolongadas.

Se tomaban confianzas que eran profanaciones; adquirían pronto una familiaridad importuna que daba ocasión a las calumnias de los necios y de los mal intencionados».