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Hubo un instante de silencio; después, con voz fuerte, Hullin prosiguió: Colon: vas a tomar el mando de los que queden, a excepción de los que forman la escolta de Catalina Lefèvre, que se quedarán conmigo. Irás a reunirte con Piorette, en el valle del Blanru, pasando por Dos Ríos. ¿Y las municiones? preguntó Marcos Divès. Yo he traído mi furgón dijo Jerónimo ; Colon puede utilizarlo.

El enemigo nos rodeaba por la derecha y por la izquierda, ocupaba las tres cuartas partes de la meseta y nos había hecho retroceder hasta los pinares, del lado del Blanru; su fuego diezmaba nuestras filas. Lo único que pude hacer fue reunir aquellos heridos que aun podían moverse, y ordenar a Piorette que los escoltase; a ellos se unieron unos cien hombres míos.

Por último, dirigió al azar una mirada y vio distintamente una hoguera en la cumbre del Giromani, al otro lado del Blanru, una hoguera que barría el cielo con su ala púrpura y retorcía la sombra de los abetos proyectada en la nieve.

Cuanto Hullin ordenó llevose a cabo; los desfiladeros de la Aduana y del Sarre se fortificaron con solidez; el de Blanru, que se hallaba a un extremo de la posición, fue puesto en condiciones de defensa por el propio Juan Claudio y los trescientos hombres que constituían su fuerza principal.

Tomemos el sendero del Blanru dijo Frantz es más largo, pero es más seguro. El trineo descendió a la izquierda, a lo largo de los bosques.

Diez minutos después llegaba el trineo a la linde de estos bosques, y el doctor Lorquin, volviéndose sobre la silla del caballo, preguntó: ¿Qué hacemos ahora, Frantz? Este es el sendero que se dirige a las colinas de San Quirino, y este otro el que baja al Blanru. ¿Cuál tomamos? Frantz y los hombres de la escolta se aproximaron.

Iban caminando así hacía un cuarto de hora, en silencio, cuando Catalina, después de haber puesto muchas veces freno a su lengua, no pudiendo contenerse más, exclamó: Doctor Lorquin: puesto que nos tiene usted aquí, en el fondo del Blanru, y que puede usted hacer de nosotros lo que quiera, ¿quiere explicarme por qué se nos conduce por fuerza?

La anciana colocó la lámpara en una esquina del hogar y corrió los cerrojos. Fuera, el frío era intenso; el aire, tranquilo y límpido. Las cumbres de alrededor y los abetos del Jaegerthal se destacaban del cielo como masas obscuras o iluminadas. Lejos, bastante apartado de la ladera, un zorro aullaba en el valle del Blanru. ¡Buenas noches, Hullin! dijo la señora Lefèvre. ¡Buenas noches, Catalina!

Durante ocho días Hullin recorrió la sierra de un extremo al otro, de Soldatenthal al Leonsberg, a Meienthal, a Abreschwiller, Voyer, Loettenbach, Cirey, Petit-Mont y Saint-Sauver, y al noveno día fue a casa del zapatero Jerónimo de San Quirino. Juntos visitaron el desfiladero del Blanru, después de lo cual Hullin, satisfecho de su viaje, tomó, por último, el camino de la aldea.

Sin embargo, Materne estaba pálido. El posadero, que no se daba cuenta de nada, prosiguió: Ustedes tienen que temer más bien, por el bosque de las Baronías, a esos bandidos de Dagsburg, del Sarre y del Blanru que se han sublevado en masa y quieren volver al 93. ¿Está usted seguro? preguntó Materne haciendo esfuerzos por dominarse. ¡Estoy seguro!