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La esposa callaba, sospechando que su marido no tenía la cabeza buena, y que sería peor llevarle la contraria. Desde entonces pudo observar que por las mañanas se repetía en Maxi la misma excitación, y la terquedad de que todas las personas de la familia se confabulaban contra él para atormentarle.

Cuando entro en mi casa y veo al portero en su cuartito bajo, comiéndose unas sopas de ajo con la portera, ¡me da una envidia...! Quisiera mandarle a mi principal y quedarme yo en la portería, aunque tuviera que barrer el portal todas las mañanas, limpiar los metales y lavar la escalera de arriba abajo... Si es lo que digo, me vendría bien encerrarme en un convento y no acordarme más del mundo.

La alcoba en que dormía Juanita no tenía más luz que la que entraba por un ventanillo redondo, abierto sobre la puerta de la alcoba que daba salida a la sala. En esta, y no en la alcoba, donde no había espacio bastante, se lavaba, se peinaba y se vestía Juanita todas las mañanas. En la alcoba apenas había más muebles que la cama, una mesita de noche, un armario para vestidos y tres sillas.

Es necesario, pues, si así lo quieres, hermano Mohamad, que Híala todas las mañanas sea conducida media hora antes que despunte el sol al propio sitio, junto a aquella fuente y debajo del mismo frondoso peral, en donde se encontró desmayada después de la catástrofe.

No, señora: allí estaba ese caballero tan fino que la acompaña algunas mañanas; ese que es de la familia de los Delgados, paisanos de usted. Ya... Frasquito Ponte. Figúrate si lo conoceré. Es de mi tierra, o de Algeciras, que viene a ser lo mismo.

Por el contrario, le debo un gran reconocimiento. Esperaba sus cartas todas las mañanas con una impaciencia de la que no puede usted tener idea. ¡Eran tan compasivas y tan conmovidas...! Se las leía a mis compañeros de trinchera y luego a mis camaradas de ocupación en Maguncia. LEONIE. ¿Tenías celos?

Creo que esto se llama el «corintianismo»... Y me encuentro mejor que nunca. Antes necesitaba subir algunas mañanas, con Valeria y Clorinda, al Tennis de la Festa para jugar hasta rendirme. Ahora, después del arreglo de mi habitación y de ayudar á las otras, no necesito los deportes. Hago la gimnasia del pobre. Un largo silencio.

Estupiñá abría todas las mañanas, barría y regaba la acera, se ponía los manguitos verdes y se sentaba detrás del mostrador a leer el Diario de Avisos.

Las primeras nieves albearon en las montañas septentrionales de la Mandchuria, y yo me ocupaba en cazar gacelas en el «País de las Hierbas». Horas enérgicas y fuertemente vividas las de esas mañanas, cuando yo marchaba, con el aire agreste y sano entre monteros mongólicos, que, con un grito ondulado y vibrante, ojeaban los matorrales con sus lanzas.

Todas las mañanas, después de las lecciones del maestro ruso, de las que salía el pequeño con un rostro grave, Saldaña lo esperaba en una amplia sala del piso bajo. Príncipe, ¡en guardia!