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Alicia tenía la sonrisa amarga y orgullosa de una reina destronada. En los días anteriores la gente sólo había hablado de ella. Hasta Niza y Mentón volaba su nombre. Las familias monegascas que no pueden entrar en el Casino pedían noticias de su suerte á la hora de la comida. En cafés y restoranes sonaba su apellido mezclado con los de los generales que dirigían la guerra.

En sus excursiones por Montmartre acompañando á sudamericanos ansiosos de gozar las falsas y pueriles delicias de los restoranes nocturnos, nunca había ido más allá de dicha plaza. Además, esta parte de París, vista de noche, ofrece un espectáculo engañoso que contrasta con la mediocridad de su fisonomía diurna.

Tal vez pintaba de noche, valiéndose de procedimientos nuevos. ¡Los hombres inventan ahora tantas diabluras!... Desnoyers conocía estos trabajos nocturnos: escándalos en los restoranes de Montmartre, y peleas, muchas peleas.

Después añadió con una desesperación cómica: Me privaré de conocer unos cuantos restoranes nuevos y de apreciar varias marcas de vinos famosos... Ya ves que el sacrificio nada tiene de extraordinario. Federico le estrechó la diestra silenciosamente, al mismo tiempo que Elena le abrazaba y besaba con un impudor entusiástico.

Le placía más ir á los restoranes baratos con su séquito femenino. El viejo aceptaba las negativas con un gesto de enamorado que se resigna. ¿Tampoco hoy?... Y para compensarse de tales ausencias, iba al día siguiente al estudio con gran anticipación.

Una mañana tomó el tren, y luego de faldear la montaña humeante del Vesubio, pasando entre pueblos de color de rosa circundados de viñas, bajó en una estación: Pompeya. De los hoteles y restoranes, en fúnebre soledad, surgieron los guías como un enjambre de avispas súbitamente despertadas. Se lamentaban de la guerra, que había cortado la circulación de viajeros.

Algunos creían contemplar la vieja gloria de la Revolución, que despertaba triunfante después de un siglo de letargo. De pronto se vió á pie y sola. Había desaparecido el cañón y los jóvenes que tiraban de él. Ahora estaban en la rue Royale, frente á los restoranes más elegantes.

Por unos meses nada más. Después de forzar durante diez años el misterio de los desiertos americanos, lanzando á través de su virginidad, tan antigua como el planeta, líneas férreas, caminos y canales, necesitaba «darse un baño de civilización». Vengo añadió para ver si los restoranes de París siguen mereciendo su antigua fama, y si los vinos de esta tierra no han decaído.

El profesor nos decía hace poco lo que gana: unas quinientas pesetas al mes; menos que cualquier empleado del Casino. Yo voy á ser franco igualmente. Vivo en el Hotel de París: Atilio Castro no puede estar alojado en otra parte: debe conservar sus amistades. Pero paso grandes apuros muchas semanas para pagar mi cuarto, y como en malos restoranes, en bodegones italianos, cuando no me convidan.

Vivía en un hotel antiguo, cerca del bulevar de los Italianos, por haberlo admirado en otros tiempos como un lugar de paradisíacas delicias, cuando era estudiante de escasos recursos y estaba de paso en París; pero las más de sus comidas las hacía con Torrebianca y su mujer. Unas veces eran éstos los que le invitaban á su mesa; otras los invitaba él á los restoranes más célebres.