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Para que no les moleste, las costureras se agrupan en uno de los rincones. Teresa, la más filarmónica de ellas, entona con voz suave y tímida un canto romántico de cadencias tristes y prolongadas, a propósito para ser acompañado en terceras. Y en efecto, Nieves no tardó en hacerle el dúo, como allí se decía. Las demás la siguen cantando, unas en primera y otras en segunda voz.

Después de mascullar las buenas tardes se fué a sentar en el rincón de costumbre, perseguido por las miradas burlonas de las costureras, a quienes por ésta y otras razones, tenía declarado odio eterno. Después de pagarles aquella risueña acogida con otra mirada oblicua y feroz, guardó silencio por algunos minutos.

Verás muchas familias elegantes que no tienen qué comer. Verás gente dominguera que es la fina crema de la cursilería, reventando por parecer otra cosa. Verás también despreocupados que visten con seis modas de atraso. Verás hasta las patronas de huéspedes disfrazadas de personas, y las costureras queriendo pasar por señoritas. Todos se codean y se toleran todos, porque reina la igualdad.

Y lloraba también como un buey con las aventuras de las costureras sentimentales y reinas afligidas de las novelas por entregas. Pues bien, Moreno le infundió en seguida un desprecio supremo hacia estos lirismos que retrasaban la marcha de la humanidad en el camino del progreso.

Tanto más, cuanto que Soledad comenzaba á ser festejada y requebrada de cuantos á su lado cruzaban, jóvenes ó viejos. Era el recreo de los ociosos que acudían á la hora del crepúsculo á ver salir las costureras de sus talleres, el orgullo de su familia y la envidia de las compañeras.

Pues ... mis amigas las costureras viven en el número 6, donde vivió la hija del herrero, y mis amigas las Porreños viven en el 4, donde vivió el conde de Valdés de la Plata; y en resumen, si una puerta, hábilmente hecha, permitió á un caballero pasar del 4 al 6, también abrirá paso del 6 al 4 untándoles las uñas á esas costurerillas, que, dicho sea da paso y en honor de la verdad, tienen para el pespunte unas manos que son una gloria.

A pesar de la veneración que Pablito le inspiraba Piscis llegó a presumir que le gustaba una de las costureras. ¿Cuál? Su perspicacia no llegaba a resolverlo. Comenzaron de nuevo su cántico las jóvenes, pero al llegar a aquello de Sólo , mujer divina, rezarás una plegaria en mi tumba solitaria, etc. Pablito soltó otro berrido estridente y atronador. Vuelta a la risa. Venturita se puso seria.

Costureras, chalequeras, planchadoras, ribeteadoras, cigarreras, fosforeras, y armeros, zapateros, sastres, carpinteros y hasta albañiles y canteros, sin contar otras muchas clases de industriales, se daban cita bajo las acacias del Triunfo y paseaban allí una hora, arrastrando los pies sobre las piedras con estridente sonsonete.

Aquella armonía dura hasta que Pablito se encarga de desbaratarla lanzando repentinamente en medio de ella su vozarrón de carnero. Las costureras suspenden el canto y levantan asustadas la cabeza. Después se echan a reir. El bello Pablito, recostado en su butaca allá en otro rincón, se ríe también con fuertes carcajadas de su gracia.

Y el helenismo del pobre muchacho consistía en fumar por primera vez, beber copas de marrasquino, único licor que toleraba su paladar de calavera griego, enviar cartitas de amor en versos clásicos a las costureras o a las hijas de ciertas señoras de clases pasivas que pasaban la velada en el Café de Peláez o en el de la Universidad, y en desaparecer por media hora en algún portal de los callejones inmediatos, llevándose tras él a la infeliz que paseaba la acera haciendo su guardia.