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¡Ah, Gregoria, Gregoria, si no sabes de la misa la mitad! exclamó don Bernardino con un gesto desesperado. Y soltó la bomba. ¡Si allí el arruinado no era solo Jacintito, sino él también, el opulento, el millonario don Bernardino Esteven! Desgarró la manta, tal fué la crispadura de sus dedos.

Con un movimiento convulsivo desgarró la banda eclesiástica que llevaba en el pecho. ¡Todo quedó revelado! Pero sería irreverente describir aquella revelación.

Cuando llegó a casa corrió a encerrarse en su habitación y dió salida al furor que la embargaba. Lloró, pateó, desgarró sus vestidos, rompió una porción de cachivaches. Osorio también montó en cólera y dijo que iba a hacer y acontecer.

Conocedor Tránter de las ventajas que le favorecían no tardó en aprovecharlas y adelantándose de un salto dirigió á Roger una estocada vigorosa, seguida de tremendo tajo capaz de cortarlo en dos; pero con no menos rapidez acudió Roger al doble quite, aunque la violencia del ataque le hizo retroceder un paso y aun así, la punta de la hoja enemiga le desgarró el justillo sobre el pecho.

La esposa del maestrante salvó de dos pasos la distancia que la separaba y cayó sobre ella como un tigre hambriento. Golpeó, mordió, desgarró. Sus uñas dejaron al instante surcos morados en aquel rostro cándido. La sangre comenzó a brotar. La niña, loca de terror, lanzaba chillidos penetrantes. Apenas tuvo tiempo a ver a su madrina. No sabía qué era aquello.

De pronto, un relámpago desgarró la obscuridad. Ragasse dio un salto. ¡Mi capitán! ¿No está usted herido? No, tiene que volver a empezar respondió Carlos tranquilamente. Sonó otra detonación tan cerca del soldado, que éste balbució aterrado: Mi capitán, le juro a usted que no he sido yo. ¡Naturalmente!... ¿Se ha acabado? , mi capitán. Entonces, en retirada; de prisa. Dieron unos cuantos pasos.

Y ; y me río. ¿Y qué? «Ta... ta... ta....» Ahora mismo voy a decírselo a mi papá exclamó la que nos dijo ser hija del juez. Y dile de paso que pague los doscientos reales que debe a mi padre replicó con desgarro la amenazada. ¡Ay, qué atrevida! Déjate, que yo traeré el perro dijo la nerviosa. ¡Fachenda traerás ! Y no tendrás tanta cuando le ajusten las cuentas a tu padre en el Ayuntamiento.

Hizole una profunda reverencia. La situación era tan extraña, que Clementina, a pesar de su orgullo, su experiencia, su desenfado, y hasta bien puede decirse su desgarro, se encontró repentinamente cohibida. Tuvo necesidad de hacer un esfuerzo para adquirir brío. Aquí me tiene usted le dijo en tono agrio que resultó inoportuno y descortés.

Trece años, o poco más, tendría Carriazo, cuando, llevado de una inclinación picaresca, sin forzarle a ello algún mal tratamiento que sus padres le hiciesen, sólo por su gusto y antojo, se desgarró, como dicen los muchachos, de casa de sus padres, y se fué por ese mundo adelante, tan contento de la vida libre, que en la mitad de las incomodidades y miserias que trae consigo no echaba menos la abundancia de la casa de su padre, ni el andar a pie le cansaba, ni el frío le ofendía, ni el calor le enfadaba: para él todos los tiempos del año le eran dulce y templada primavera; tan bien dormía en parvas como en colchones; con tanto gusto se soterraba en un pajar de un mesón como si se acostara entre dos sábanas de Holanda.

Cruzó el espacio un silbido rápido, estridente, un ruido semejante al desgarro de inmensa sábana, y en lo más alto del cielo, después de una detonación de lejano cañonazo, esparcióse un haz de puntos luminosos de diversos colores, que descendieron lentamente, dejando tras culebrillas de fuego. Eran los cohetes voladores que anunciaban el disparo de los fuegos artificiales.