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Todos los fuertes permanecían silenciosos, mudas las trincheras carlistas, ni una detonación, ni una humareda cruzaban el aire. La nieve cubría el campo con su mortaja blanca bajo el cielo entoldado y plomizo.

En este momento el perro de á bordo empezó á ladrar furiosamente, anunciando la presencia del capitán y al mismo tiempo el peligro. Abandonó el abrigo de una colina de carbón, avanzando por un terreno descubierto. Concentraba toda su voluntad en el deseo de llegar á su barco cuanto antes. Brilló una corta llama, seguida de una detonación. Ya disparaban contra él.

Parecióle entonces al estudiante que la casa iba á estallar de un momento á otro y que paredes, lámparas, convidados, tejado, ventanas, orquesta, volaban lanzados por los aires como un puñado de brasas en medio de una detonacion infernal; miró en torno suyo y creyó ver cadáveres en lugar de curiosos; los veía mutilados, le pareció que el aire se llenaba de llamas, pero la serenidad de su juicio triunfó de aquella alucinacion pasagera que el hambre favorecía y se dijo: Mientras no baje, no hay peligro. ¡Aun no ha llegado el Capitan General!

Rechinaba los dientes, cerraba los puños á cada detonación, pero seguía inmóvil, sin deseo de marcharse, dominado por la violencia de las explosiones, admirando la serenidad de estos hombres, que daban sus órdenes erguidos y frios ó se agitaban como humildes sirvientes alrededor de las bestias tronadoras. Todas sus ideas parecían haber volado, arrastradas por el primer cañonazo.

En aquel momento sonó una detonación, y poco después se oyeron las voces de los criados que gritaban: ¡Fuego! ¡fuego en la cámara de su excelencia la señora condesa! ¡Eso es que Quevedo se me escapa! exclamó doña Catalina. Y corrió desolada al lugar del incendio. Entre tanto el conde sacó del bolsillo una carta, la retorció y la puso á la luz. Aquella carta ardió.

Se deslizaron al otro lado de la barrera de carros sin fijarse en este paisano curioso. Iban á continuar su avance á través del pueblo, cuando sonó una detonación enorme, conmoviendo el horizonte delante de ellos, haciendo temblar las casas. ¿Qué es eso? preguntó el oficial mirando por primera vez á Desnoyers. Este dió una explicación: era el puente, que acababa de ser destruído.

El clérigo rió también ruborizándose. Luego quedó serio y de mal humor. Un suceso extraño, que escandalizó a la villa, vino de un modo indirecto a estrechar aún más su relación y a inquietar al P. Gil. Cierta noche se despertó despavorido con el ruido de una detonación dentro de casa. Levantose de un salto y acudió corriendo a la habitación de D. Miguel, donde se figuró que había sonado.

De pronto una nubecilla blanca apareció en una de las bordas del navío y un instante después llegó á oídos de los fugitivos una pequeña detonación. Nos han visto, dijo Tragomer. Es un tiro de fusil para llamarnos la atención. Nos observan, sin duda, con un anteojo, pero no están seguros de que seamos nosotros. ¡Respondámosles!

Ahora lo oportuno es hacer fuego, antes de que huyan. Apuntando con gran cuidado hicieron fuego simultáneamente. Dos aves, heridas de muerte, cayeron al suelo, mientras las otras, espantadas por la detonación, huían como un grupo de flores.

Disipose por un momento la densa penumbra, ¡pero de qué manera tan terrible! Detonación espantosa, más fuerte que la de los mil cañones de la escuadra disparando a un tiempo, paralizó a todos, produciendo general terror.