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El director se había encerrado en su cuarto; el capellán había desaparecido; algunos aseguraban que estaba metido entre colchones con un canguelo que no le llegaba la camisa al cuerpo. Reinaba dulce indisciplina en el colegio. En esto, a y a otros dos compañeros nos vino la idea de fugarnos y marchar a ponernos a las órdenes de D. León.

Amaneció, y helos aquí en camisa todos los estudiantes de la posada a pedir la patente a mi amo. El, que no sabía lo que era, preguntóme que qué querían. Y yo, entre tanto, por lo que podía suceder, me acomodé entre dos colchones, y sola tenía la media cabeza fuera, que parecía tortuga.

El señor Centeno, después de recrear su espíritu en las borrosas columnas del Diario, y la Señana, después de gustar el más embriagador deleite sopesando lo contenido en el calcetín, se acostaron. Habían marchado también los hijos a reposar sobre sus respectivos colchones.

Si no comía allí también era porque las migajas atraían los ratones. En este cuarto había una cama de madera con cortinas de damasco de lana, un lavabo de hierro, una mesa y una pequeña librería. Lo demás todo armas; armas en los rincones, armas colgadas de las paredes, armas sobre la mesa, armas en la librería y hasta armas debajo de la cama y entre sus colchones.

Diéronle un cuarto que, aunque no bueno, era de lo mejor que había en el edificio; tenía unas cuatro varas en cuadro, blanqueados los muros, la cama hecha con colchones de vieja y apelotonada lana, y las sábanas más ásperas que cutis de setentona.

Cada cual se iba después para su casa y tranquilos y felices dejaban caer sus miembros fatigados sobre dos blandos colchones, tan blandos y esponjados como pudieran tenerlos el juez de la Pola ó el capitán de Entralgo. Los enviados rodearon la huerta y desembocaron en una espaciosa corralada abierta delante de las tres casas.

La Casa Roja estaba aprovisionada como para resistir un sitio. En cuanto a los colchones de pluma disponibles, prontos para ser tendidos en el suelo, eran tan numerosos como podía esperárselo en una familia que había matado gansos durante muchas generaciones.

Dentro iba Guadalupe y toda su casa: un lío de colchones, dos sacos para la ropa sucia, una criadita mestiza que se sentaba á sus pies, tres gatos y un perro en la banqueta, junto á la señora, y un loro que se paseaba por la capota recogida, sirviendo de remate trasero á este vehículo triunfal. Todos los automóviles ignoraban la limpieza desde muchos meses.

El Magistral dormía algunos días la siesta, y doña Paula, por economía, le preparaba así la cama. Hacerla formalmente hubiera sido un despilfarro de lavado y planchado. Don Fermín volvió a sentarse en su sillón. Desde allí veía, distraído, los movimientos rápidos de la falda negra de Teresina, que apretaba las piernas contra la cama para hacer fuerza al manejar los pesados colchones.

Terminado el himno, comenzó de nuevo y se repitió indefinidamente hasta los postres. El gobernador volvió a dirigir la palabra al público. A unos gobernadores les da por destituir ayuntamientos, a otros por llevarse los colchones que les pone la Diputación provincial. A éste le daba por la elocuencia. Y habló otra vez el gobernador.