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Viósele nadar veinte brazas con la enérgica desesperación de la agonía, hundirse una vez, aparecer otra, tornar otra vez a hundirse; salir a flote de nuevo, no una, sino dos cabecitas, pegadas, juntas, rubia la una, negra la otra, y sumergirse otra vez las dos formando un ligero vórtice, unas suaves espumas, borrosas, imperceptibles, en aquel mar inmenso, ¡limitado, roto tan sólo en el lejano horizonte por una velita blanca que se divisaba a lo lejos...

Habían sido piratas y crueles; pero los navegantes de los mares brumosos, al imitar los descubrimientos mediterráneos en otros continentes, no se mostraban más dulces y leales. Después de estas conversaciones sentía Ulises mayor estimación por los cacharros viejos y las figurillas borrosas que adornaban el dormitorio de su tío.

Las semillas, como pulpos en gestación, se preparaban á extender los tentáculos de sus raíces hasta los cráneos que pocos meses antes contenían gloriosas esperanzas ó monstruosas ambiciones. La vida iba á renovarse una vez más. El automóvil se detuvo. Corrió el guía entre las cruces, inclinándose para descifrar sus borrosas inscripciones. ¡Aquí es!

El viejo, la mujer y los chicos tenían sólo carácter de pobres, eran de esos tipos y figuras borrosas que el troquel de la miseria produce a millares. El hombre, ayudado por el viejo y por el chico, trazó con una cuerda un círculo en la tierra y en el centro plantó un palo grande, de cuya punta partían varias cuerdas que se ataban en estacas clavadas fuertemente en el suelo.

Descendíase al fondo por seis escalones, siempre resbaladizos y verdosos por la humedad. En la cara del rectángulo de piedra fronterizo á la escalera destacábase un bajo relieve con figuras borrosas que era imposible adivinar bajo la capa de enjalbegado.

¿De dónde vino aquella idea al cerebro de Leto? ¿cuál fue la inmediata a la parte de allá del límite puesto entre el estado lúcido y el de sopor?... Leto, dispuesto a averiguarlo, tiró del hilo de la sarta de todas ellas, y fue sacando del fondo tenebroso, una a una, imágenes borrosas que, al entrar en la zona de luz de su discurso, iban tomando formas y colores de realidad.

Y las dos señoras iban á ver unas pinturas borrosas que demuestran cómo no hay nada nuevo y original en este mundo: figuras amarillentas y desnudas, iguales á primera vista, sin otra novedad que el exagerado abultamiento del sexo diferencial. Media hora después, Ulises abandonó su banco con las ojos fatigados por la inmovilidad severa de las ruinas.

Además, entre las solteras voluntarias y las que no lo son, hay que colocar a las resignadas. ¡Ah! dije interesada, ¿en qué se puede reconocer a éstas; en el color de sus cintas, en la flor de sus sombreros, en la armonía de su traje?... No respondió el cura, divertido por mi interés. Se las conoce... ¿cómo diré yo?... en su resignación, qué diablo... Son blandas, grisáceas, dulces y borrosas.

Si aplicara el oído a la pared, oiría quizás claramente; pero no se atrevió a aplicarlo. Por la ventana del comedor que daba a un patio medianero, veíase otra ventana igual con visillos en los cristales. Allí lucía una lámpara con pantalla verde, y alrededor de ella pasaban bultos, sombras, borrosas imágenes de personas, cuyas caras no se podían distinguir.

El señor Centeno, después de recrear su espíritu en las borrosas columnas del Diario, y la Señana, después de gustar el más embriagador deleite sopesando lo contenido en el calcetín, se acostaron. Habían marchado también los hijos a reposar sobre sus respectivos colchones.