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Prefería las más veces recrear el espíritu contemplando lo pasado en lo más remoto del recuerdo; su niñez le enternecía, su juventud le disgustaba como el recuerdo de una mujer que fue muy querida, que nos hizo cometer mil locuras y que hoy nos parece digna de olvido y desprecio.

Finalmente, él me va matando de hambre, y yo me voy muriendo de despecho, pues cuando pensé venir a este gobierno a comer caliente y a beber frío, y a recrear el cuerpo entre sábanas de holanda, sobre colchones de pluma, he venido a hacer penitencia, como si fuera ermitaño; y, como no la hago de mi voluntad, pienso que, al cabo al cabo, me ha de llevar el diablo.

Esto, en los oyentes desapasionados, y que asistían allí, más para recrear el alma con el poético entretenimiento, que para censurarle. Que los zánganos de la miel, que ellos no saben labrar, y hurtan á las artificiosas abejas, no pudieron dexar de hacer de las suyas, y con murmuradores cencerros picar en los deleitosos panales del ingenio.

Era su paso el de una diosa que se digna bajar por un momento del trono de nubes para recrear y fascinar a los mortales, que al mirarla se embebían y daban fuertes tropezones. ¡Madre mía del Amparo, qué mujer! exclamó en voz alta un cadete agarrándose a su compañero como si fuese a desmayarse del susto.

Por allí, sin que lo supiese Adela tampoco, aunque lo sabía Pedro, andaban lentamente, con las dos niñas menores, Sol y doña Andrea: doña Andrea, que desde que el colegio le devolvió a su Sol y podía a su sabor recrear los ojos, con cierto pesar de verle el alma un poco blanda y perezosa, en aquella niña suya de «cutis tan trasparente decía ella como una nube que vi una vez, en París, en un medio punto de Murillo», andaba siempre hablando consigo en voz baja, como si rezase; y otras regañaba por todo, ella que no regañaba antes jamás, pues lo que quería en realidad, sin atreverse, era regañar a Sol, de quien se encendía en celos y en miedos, cada vez que oía preparativos de fiesta o de paseo, que por cierto no eran muchos, pero sobrados ya para que temiese con justicia doña Andrea por su tesoro.

Cogió la caja de fósforos, dispuesta a encender, para recrear su vista en el tesoro; mas por no despertar a Doña Paca, cuyo sueño era muy ligero, dejó para la mañana el examen de tantas maravillas... Pasado un rato, no tardó en reírse de su ilusión, diciéndose: «¡Pues no soy poco lila!... Es todavía pronto para que traigan eso...». Al amanecer, despertose al ladrido de dos perrazos blancos que salían de debajo de las camas; sintió la campanilla de la puerta; echose al suelo, y en camisa corrió a abrir, segura de que llamaba algún ayudante o gentilhombre del Rey de luenga barba y vestido verde... Pero no era nadie; no había ser viviente en la puerta.

Pudo Anita dormir en adelante la mañana, sin que nadie interrumpiera esta delicia; y pudo Quintanar levantarse con la aurora y recrear el oído con los cercanos conciertos matutinos de codornices, tordos, perdices, tórtolas y canarios. Si algo faltaba antes para la completa armonía de aquella pareja, ya estaba colmada su felicidad doméstica, por lo que toca a la concordia.

Ansí, como llegaban do él estaba viniendose de donde su padre estaba, los rescibia bien, y dábales tierras, mujeres, y casas, y ropa, y nunca quitó á ninguno cosa de las que allí habia dejado, cuando con su padre saliera, como eran casas, tierras, depósitos de comida, é ropas que en sus casas ansí habian dejado; ántes les decia á los tales, que él habia quedado en guarda de sus haciendas, que como entendiese dellos que se habian ido á recrear con su padre, que él habia quedado en guarda de sus haciendas todas, que cada uno mirase si le faltaba alguna cosa de su casa, que él como guarda que habia quedado de ellas, les daria cuenta dello, é que á ninguno le faltaria cosa.

El señor Centeno, después de recrear su espíritu en las borrosas columnas del Diario, y la Señana, después de gustar el más embriagador deleite sopesando lo contenido en el calcetín, se acostaron. Habían marchado también los hijos a reposar sobre sus respectivos colchones.

Cuando, al impulso de mis imaginaciones melancólicas, se huyó el deseo de recrear la mirada en los rostros peregrinos de las cigarreras, volvime para derramarla por el río y sus pintorescas márgenes. El sol acababa de ponerse.