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Todas aquellas almas bienaventuradas y temerosas de Dios salieron del palacio de Alcudia y se dirigieron a sus moradas, donde les aguardaba la sopa de tortuga humeante, el salmón con salsa mayonesa, las ricas ensaladas de col de Bruselas y las apetitosas bouchées de crevettes.

La casa más notable es la que llaman en los libros «del Gobernador» que es toda de piedra ruda, con más de cien varas de frente y trece de ancho, y con las puertas ceñidas de un marco de madera trabajada con muy rica labor. A otra casa le dicen de las Tortugas, y es muy curiosa por cierto, porque la piedra imita una como empalizada, con una tortuga en relieve de trecho en trecho.

Es verdad, Capitán contestó el piloto. Ayudado por el chino, hizo un montón de ramas secas y encendió un alegre fuego. Cuando estuvo casi hecho brasas, decapitó una de las tortugas de una cuchillada, y sin extraer la carne de la concha la puso al fuego. Bien pronto se esparció por la selva un olor apetitoso. La tortuga se cocinaba en su concha asándose en su propia grasa.

Amenaza á cuanto encuentra; ora parece que va á triturar los salambaw, escuálidos aparatos de pesca que en sus movimientos semejan esqueletos de gigantes saludando á una antidiluviana tortuga; ora corre derecho ya contra los cañaverales, ya contra los anfibios comederos ó kárihan, que, entre gumamelas y otras flores, parecen indecisas bañistas que ya con los piés en el agua no se resuelven aun á zambullirse; á veces, siguiendo cierto camino señalado en el río por troncos de caña, anda el vapor muy satisfecho, mas, de repente un choque sacude á los viajeros y les hace perder el equilibrio: ha dado contra un bajo de cieno que nadie sospechaba...

VIVÍA muchísimo tiempo hace, en la costa del mar del Japón, un pescadorcito llamado Urashima, amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo. Cierto día salió a pescar en su barca; pero en vez de coger un pez, ¿qué piensas que cogió? Pues bien, cogió una grande tortuga con una concha muy recia y una cara vieja, arrugada y fea, y un rabillo muy raro.

Hago una salvedad, sin embargo, aunque no se refiere a una ave. Hace cerca de dos años que no como tortuga. He aquí por qué: una mañana, remontando el Magdalena, los bogas habían cogido una tortuga inmensa, cuya concha, a lo largo, no tendría menos de medio metro.

Si el haber pasado 24 horas depende solo de haberse hecho la revolucion, hágase esta como se quiera, con la velocidad de la luz, ó la torpeza de una tortuga; nunca habrá mas ni menos de 24 horas.

Su espera no fué larga, pues poco después llegaba un salvaje desnudo como los demás arfakis, pero de estatura más alta, adornado de dientes de cuadrúpedos y conchas de tortuga y dos grandes aros de metal pendientes de las orejas. En la cabeza llevaba un gran penacho de plumas de colores. Debe de ser un jefe dijo Horn a Cornelio.

Ante su vista asombrada pasaron mundos tras mundos, sistemas tras sistemas en la sucesión sin fin de los universos estrellados, globos inmensos volando en rápido torbellino sobre mismos, lanzados a toda velocidad en los desiertos del vacío. ¡Qué velocidad, eterno Dios! Una bala de cañón es una tortuga en comparación con ellos.

Había aún que cernerla para separarla de las fibras; pero habiendo llegado la noche, se dejó aquella segunda operación para el día siguiente. Cernieron, con todo, por lo pronto, una pequeña cantidad de aquella harina, la amasaron con un poco de agua y la pusieron a cocer sobre brasas. Con aquel pan y con tortuga asada cenaron muy bien aquella noche.