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Todo cuanto hiciese se lo tolerarían los gobernantes. Firmemente asegurado en su situación, no temía á Dios ni á los hombres. Únicamente una persona le infundía miedo: su mujer. Cuando el capataz Doroteo dejó de trabajar para irse con los revolucionarios, Guadalupe no dudó un momento en seguirle. Un mejicano debe ir á todas partes con su mujer, hasta á la guerra.

¡Las obras del puerto que tanto gravan el comercio y el puerto que no se termina! suspiró don Timoteo Pelaez, una tela de Guadalupe, como dice mi hijo, se teje y se desteje... los impuestos... ¡Y usted se queja! exclamaba otro. ¡Y ahora que acaba de decretar el General el derribo de las casas de materiales ligeros! ¡Y usted que tiene una partida de hierro galvanizado!

El rostro del mártir me causaba risa; era una carita de tonto, pálida, risueña, sin majestad, sin nobleza, sin la expresión augusta que corresponde a santo tan ilustre. A la izquierda, en un marco dorado, bajo un cristal verdoso y orlado de oro sobre fondo negro, un retrato de don Antonio López de Santa-Anna, de gran uniforme, al cuello la cruz de Guadalupe. Uno igual había en mi casa.

El presidente, los ministros y demás personajes empezaron á mirar con cierto interés risueño á la generala, dejando á su compañero la tarea de contestarle. ¡Calma, doña Guadalupe! dijo éste . Hablemos en serio. Un batallón no se le entrega á una mujer. Entonces, pido que se me permita marchar con las fuerzas que saldrán á perseguirle. Ya sabe usted que yo he hecho la guerra.

Sólo la suposición de que la amazona gloriosa pudiera perseguirla con su venganza hacía temblar las piernas de la maestra. El general participó por reflejo de esta inquietud. Su Guadalupe era realmente temible, pero esto no podía impedir que empezase á odiarla. ¿Hasta cuándo iba á sufrir su despotismo?... Los meses sucesivos fueron de desaliento para el héroe.

Sea usted leal decía con amargura , manténgase disciplinado, y no le darán nada.... ¡Pensar que no me he sublevado nunca y siempre he estado con los gobiernos! Doña Guadalupe se preocupaba más aún que su esposo del nuevo estado político. Los gobernantes de ahora eran compañeros de revolución á los que no habían visto en varios años.

Las Antillas francesas. Adiós a París. La Vendée. Saint-Nazaire. "La ville de Brest". Las Islas Azores. El bautismo en los trópicos. La Guadalupe. Pointe-

Ni en la sacristía, ni en la capilla, había más luz que la escasa claridad que penetraba por cúpulas y ventanas, y al principio nada pudimos distinguir; pero, a poco, la trémula luz de la linterna nos hizo ver que todos los objetos de plata, absolutamente todos, se hallaban amontonados bajo el coro, cercando, aprisionando en el rincón, a don Guadalupe Robles, quien, con el cuerpo echado para atrás, como reculando, extendía ambos brazos contra los muros de aquel ángulo de la capilla.

Un día montó a caballo para seguir á los vengadores de Madero y derribar a su asesino Huerta. ¿Por qué no había de ser revolucionario, á semejanza de otros mejicanos de tan humilde origen como él, que llegaban á ministros y hasta presidentes?... Guadalupe su mujer, carácter despótico, opuesto sistemáticamente á todas sus decisiones, aceptó esta vez con entusiasmo el proyecto de dedicarse á la guerra.

Contiene las comedias La Virgen de Guadalupe, de Felipe Godínez; El prodigio de los montes y mártir del cielo, de Guillén de Castro; El gran rey de los desiertos, de Andrés de Claramonte; El rico avariento, de Mira de Mescua; autos de Antonio Coello, Francisco de Rojas, Calderón, Felipe Godínez, Mira de Mescua, Luis Vélez de Guevara, y las Loas y Entremeses de Cáncer, Moreto y Mescua.