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Una temporada adoraba a los Padres de la Compañía y no encontraba misa buena ni sermón aceptable, si no era en su iglesia: pero de pronto se cansaba de la sotana, le seducía el hábito con capucha, según sus colores, y abría su caja y las puertas de su hotel a los Carmelitas, a los Franciscanos o a los Dominicos establecidos en Jerez.

Marisalada pasaba su vida consagrada a perfeccionarse en el arte, que le prometía un porvenir brillante, una carrera de gloria y una situación que lisonjeara su vanidad y satisficiera su afición al lujo. Stein no se cansaba de admirar su constancia en el estudio y sus admirables progresos.

¡Un manicomio! dijo Moreno, sonriendo de un modo que le heló la sangre a su generosa tía . , no me parece mal. Y lo estrenaríamos y yo... v Despidiose Guillermina a la puerta de la casa, para ir al asilo, y él subió. ¡Cosa más rara! Apenas se cansaba al acometer la escalera. Sentíase muy bien aquella mañana, el espíritu confortado, la palpitación muy adormecida, el apetito despierto.

Asistía ocho días seguidos a cualquiera de estas sociedades: de repente se cansaba y tardaba en venir un mes. Miguel Rivera solía compararlo a Milord, un famoso perro que asistía con su amo al café del Siglo. Mientras le daban terrones de azúcar se mostraba muy solícito y cariñoso. En cuanto observaba que los platillos quedaban vacíos, se alejaba de la mesa afectando no conocerles siquiera.

Estaba dormida, y tenía la calma, el dulce e insensible respirar que hace sagrado el sueño de los niños. Julián no se cansaba de mirarla así. ¡Santita de Dios! murmuró apoyando los labios muy quedamente en la gorra, por no atreverse a la frente. Cójala usted, Julián.... Ya verá lo que pesa. Ama, déle la niña....

Todos los jóvenes de tu edad se perecen por ir allá; decía tía Pepa sólo , como un viejo chocho, te estás entre las cuatro paredes. Allí estaba yo bien, cerca de Angelina. No me cansaba de mirarla: cada palabra suya era para un poema. Era yo muy dichoso. ¡Qué mayor ventura que no separarme de su lado!

No se cansaba de pesar los inconvenientes de la unión con su sobrina, que no eran pocos ni leves. Pero como al mismo tiempo la pasión le espoleaba y los celos tanto le roían, a veces aquéllos le parecían nada, y decidía en un punto su matrimonio. En una misma hora se casaba y se descasaba varias veces.

No podía pensar en que iba a dejar de verla para siempre sin sentir un frío particular hacia la región izquierda del pecho... ¡Pobre Rosa, tan sencilla, tan buena! ¡dejarla en poder de aquellos bárbaros! La conversación de su tío le cansaba; la de los paisanos más; Celesto le hacía recalar siempre a la taberna. Luego, ¡Rosa era tan linda! ¡tenía tantísima gracia!

No se cansaba Julián de admirar la noble seriedad de Nucha cuando una chanza atrevida o una palabra malsonante hería sus oídos; la dignidad natural, que era como su propia envoltura, escudo impalpable que la resguardaba hasta contra las osadías del pensamiento; la bondad con que agradecía la atención más leve, pagándola con frases compuestas, pero sinceras; la serenidad de toda su persona, semejante al caer de una tarde apacibilísima.

Raro era el año que no vendían alguna finca ó tomaban á préstamo dinero para cubrir el déficit de sus ingresos. Charlaron mucho, muchísimo. Laura no se cansaba de acariciar á su hermana y de contemplarla con ojos ansiosos y húmedos. Recorrieron toda la casa.