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¿Qué Jame, niña? preguntó doña Paula. Nada, nada, cualquier tontería... ¿Conque te han probado bien las pildoras?... Si don Rufo, por más que digan, entiende... ¡Vaya si entiende! se apresuró a decir Ventura con voz temblorosa, la faz tan descompuesta, que su madre la miró sorprendida. Jame está aquí... Tene chocho... Ven, abuelita. La niña tiró del vestido a la señora.

Verdad que ella hizo tanto caso de estos consejos como de las coplas de Calaínos; pero no dejaba de conocer que eran excelentes, y que debió al pie de la letra seguirlos. vii De aquel anciano chocho y que más bien parecía un niño, no podía la esposa de Rubín esperar ya ninguna protección ni amparo moral. Sólo en muy contados momentos lúcidos se revelaba en él un recuerdo vago de lo que había sido.

¿Con que está arriba don Pompeyo? preguntó en la escalera don Custodio. ; no sale de casa estos días; mi padre me arroja a de su lado y clama por ese hereje chocho.... Don Pompeyo Guimarán oyó la voz del beneficiado y le sonó a cura. Se preparó a la defensa, y procuró tomar un continente digno de un libre-pensador convencido y prudentísimo.

Tene mamá chocho... Ven... dame uno. Y la llevó por el vestido al gabinete de su madre. Al entrar en él la niña, pareció sorprendida y echó una mirada a todas partes. Ventura había salido a recibirlas con la sonrisa en los labios, besando a su madre cariñosamente: ¡Jesús, qué pinitos! ¿Cómo te has decidido?... No si te convendrá subir escaleras, mamá... ¿Te sientes bien?

La más desaforada piruja, la que, abusando de la lascivia senil y fomentándola con maña diabólica, llega a apoderarse del corazón y de las riquezas de un viejo chocho, ya suele mostrarse generosa para hacerse perdonar sus bellaquerías, aun sin tener el menor resquicio de bondad en su alma, ya para serenar su conciencia echa en la balanza de sus acciones alguna buena que sirva de contrapeso a las malas.

Contaba el padre Alelí, historiador desmemoriado y chocho, que aquella noche estuvo D. Benigno durante seis horas seguidas sin moverse de su asiento, con los ojos fijos en las puntas de los pies, y el puño en la mejilla, y tal fue, añade, la duración de su éxtasis, cavilación o modorra, que al dejar aquella actitud tenía marcadas las coyunturas en los rojos mofletes de su cara, y el codo había dejado un hoyo profundísimo en el cojinete del brazo del sillón.

Al llegar a la esquina de la calle de la Montera, Hojeda volvió en de pronto y dijo en el tono afectuoso y humilde que le caracterizaba. ¡Buena matraca te he dado, Miguelito! Perdona a este viejo chocho y vete con Dios a descansar, que aquí nos separamos. Miguel se despidió de él apretándole con efusión la mano.

Al abuelo, que estaba chocho con su nietecilla, le llevaba el diablo con estas cosas: apostrofaba a la hija por su frialdad, y predicaba al yerno por su injustificable indiferencia; pero el uno y la otra se encogían de hombros por toda respuesta, y no revivía el extinguido fuego de amor a la hija, que había chisporroteado un instante después del primer besó de la madre. ¿Quién sabe el rumbo que hubiera tomado el astro de los destinos de la niña sin los prosaicos inconvenientes en que fundaba la marquesa su nuevo alejamiento de ella, y el acontecimiento que sobrevino poco después?

¿Qué me taes, abuelita, qué me taes? preguntó, mirando con avidez a doña Paula, después de haberla abrazado por las piernas con tal ímpetu, que por poco da con ella en tierra. La muñeca, hermosa, que te ha arreglado la chacha. Muñeca no... muñeca pa Lalina... yo soy gande... yo quero un chocho. No tengo chochos aquí, vida mía respondió la abuela mirándola embelesada.

Esta mujer me vuelve loco pensaba Feijoo, experimentando, al oír a Fortunata, una sensación de inefable contento . Si estoy chocho, si no lo que me pasa... ¡Ay Dios mío, a mi edad!... No hay remedio, me declaro... Pero no, refrénate, compañero, aún no es tiempo... Al buen señor se le ponían los ojos encandilados oyéndole contar aquellas cosas con tan encantadora sinceridad.