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Stein refirió al duque sus campañas, sus desventuras, su llegada al convento, sus amores y su casamiento. El duque lo oyó con mucho interés, y la narración le inspiró deseo de conocer a Marisalada, al pescador y la cabaña que Stein estimaba en más que un espléndido palacio. Así es que en la primera salida que hizo, en compañía de su médico, se dirigió a la orilla del mar.

María respondió Stein sin levantar la frente, como si la infamia de su mujer fuese un peso que se la oprimiera. ¡Y la habéis sorprendido! dijo el duque, pudiendo apenas pronunciar estas palabras, con una voz que la indignación ahogaba.

Al día siguiente, caminaba la tía María hacia la habitación de la enferma, en compañía de Stein y de Momo, escudero pedestre de su abuela, la cual iba montada en la formal Golondrina, que siempre servicial, mansa y dócil, caminaba derecha, con la cabeza caída y las orejas gachas, sin hacer un solo movimiento espontáneo, excepto si se encontraba con un cardo, su homónimo, al alcance de su hocico.

Stein se había incorporado y miraba con extrañeza todos los objetos que le rodeaban. No entenderá lo que le digamos dijo la tía María , pero hagamos la prueba. Hagamos la prueba repitió el hermano Gabriel. La gente del pueblo en España cree generalmente que el mejor medio de hacerse entender es hablar a gritos.

Stein hizo entonces esta reflexión: «¿Habrían hecho los antiguos artistas tantas obras maestras, si en lugar de consagrarlas a la veneración de las almas piadosas, a recibir su culto y sus oraciones, hubieran sabido que su paradero había de ser un museo, donde estarían expuestas al frío análisis de los amigos del arte y de los admiradores de la forma

¡Hebreo! exclamó la tía María . ¡Virgen Santa! ¿Si será judío? En aquel momento, Stein, que había estado largo tiempo aletargado, abrió los ojos y dijo en alemán: Gott, wo bin ich? La tía María se puso de un salto en medio del cuarto. El hermano Gabriel dejó caer los libros, y se quedó hecho una piedra, abriendo los ojos tan grandes como sus espejuelos. ¿Qué ha hablado? preguntó la tía María.

El toro, que por el instinto natural de su fuerza y de su valor quiere ser provocado para embestir, bajó y alzó dos veces la cabeza con impaciencia, arañó la tierra y suscitó de ella nubes de polvo, como en señal de desafío. Stein no se movía. Entonces el animal dio un paso atrás, bajó la cabeza, y ya se preparaba a la embestida, cuando se sintió mordido en los corvejones.

Anda, desaborido, rechoncho, que pareces una col sin troncho repuso la Gaviota a media voz. , respondió Stein a la tía María ; es bella, sus ojos son el tipo de los tan nombrados de los árabes. Parecen dos erizos y cada mirada una púa gruñó Momo. ¿Y esta boca tan hermosa que canta como un serafín? prosiguió la tía María, tomando la cara a su protegida.

Los dos tenían razón; y del doble sistema, compuesto de los caldos de la tía María y de las limonadas del hermano Gabriel, resultó que Stein recobró la vida y la salud el mismo día en que la buena mujer mató la última gallina, y el hermano cogía el último limón del árbol. Hermano Gabriel dijo la tía María , ¿qué casta de pájaro cree usted que será nuestro enfermo? ¿Militar?

¿Y qué necesidad tiene usted de pensar en ese mañana? repuso la tía María . ¿Es regular que el día de mañana nos amargue el de hoy? De lo que tenemos que cuidar es del hoy, para que no nos amargue el de mañana. El hombre es un viajero dijo Stein y tiene que mirar al camino.