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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Ni le entretenía la caza, en que su padre le ocupaba, ni los muchos, honestos y gustosos convites que en aquella ciudad se usan le daban gusto: todo pasatiempo le cansaba, y a todos los mayores que se le ofrecían anteponía el que había recebido en las almadrabas.

Sin recibir una sola carta de Europa, sin escribir, sin leer un solo periódico europeo, estuve viajando por Oriente durante cuatro años, vistiendo, comiendo y viviendo como los naturales del país en que me encontraba, y permaneciendo en un lugar hasta que me cansaba de él. Y hubiera andado errante, sabe Dios cuanto tiempo, si no me hubiera quedado solo.

Yo estaba en vilo, creía soñar... No me cansaba de mirarle, de escuchar su voz querida y de sentir mi mano estrechada por las suyas. Sin embargo, el recuerdo de aquélla que él había amado me trabajaba el espíritu, y me turbaba mi júbilo, pero con todo no me atrevía a nombrársela. ¿Sabe mi tío, que estáis aquí, Pablo?

No me cansaba de contemplarlo, ni me canso hoy, ni me cansaría jamás, aunque me pasara la vida contemplándolo. »Por aquí, no me había engañado la ilusión: para pintar, para pasearme por mar y por tierra, para sentir, para soñar... para todo y mucho más, daba lo que tenía delante.

Su madre, que no se cansaba de contemplarle, había tenido que acelerar el final de la entrevista, asustada por ciertos ruidos. «Márchate; podría sorprendernos, y el disgusto sería enorme.» Y él había huído de la casa paterna saludado por las lágrimas de las dos señoras y las miradas admirativas de Chichí, ruborosa y satisfecha á la vez de un hermano que provocaba entre sus amigas escándalo y entusiasmo.

El fundador del militarismo, Federico Guillermo, cuando se cansaba de dar palizas á su esposa y escupir en los platos de sus hijos, salía á la calle garrote en mano para golpear á los súbditos que no huían á tiempo. Su hijo Federico el Grande declaró que moría aburrido de gobernar un pueblo de esclavos.

Andaba por las calles con la boca abierta y no me cansaba de mirar para aquellos palacios tan magníficos y para aquellos señorotes que pasaban en coche con mucho ceño... Esto no es para nosotros, querido, le decía al chico... Vámonos, vámonos cada uno á nuestro rincón... Yo soy un pobre cura... un pobre estudiante... ¿Qué tenemos nosotros que partir con estas grandezas?...

En esta casa quería vivir y morir, sin deseos de ver más tierras, con la repentina inmovilidad que acomete á los vagabundos de las olas y les hace fijarse sobre un escollo de la costa, lo mismo que un molusco á una cabellera de algas. Pronto se cansaba el Tritón de sus paseos al puerto. El mar de Valencia no era un mar para él. Lo enturbiaban las aguas del río y de las acequias de riego.

María se ruborizó á estas palabras de su hermano, pero no apartó los ojos de Tragomer y dibujó en sus labios una sonrisa. Volvió en seguida á Jacobo á quién no se cansaba de ver, de tocar y de besar. Marenval, apoyado en la pared de la cámara presenciaba esta escena conmovedora sin tratar de contener su enternecimiento.

Arrebatado por su verbosidad seguía soltando cuanto había almacenado aquellos días en su pensamiento. «En vano se cansaba su señoría: España era profundamente religiosa, su historia era la del catolicismo: se había salvado en todos sus conflictos abrazada a la cruz». Y abarcaba todas las grandes luchas nacionales; desde las batallas en que la piedad popular veía a Santiago en su caballo blanco, cortando las cabezas de la morisma con alfanje de oro, hasta el levantamiento de los pueblos contra Napoleón, tras el pendón de la parroquia y con el escapulario al pecho.

Palabra del Dia

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