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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Cierta mañana escuchó una voz de mujer a pocos pasos de la gruta: Cantan de Oliveros e cantan de Roldán e non de Zurraquín, cá fue gran barragán. Cantan de Roldán o canta de Olivero e non de Zurraquín, cá fue gran caballero. Era un doble estribillo que Medrano, el escudero, no se cansaba de repetir. Pareciole la voz de Casilda. ¿No sería algún engaño de los sentidos?
Andrés era implacable al narrar las penalidades de sus héroes. Describíalas con todos los pormenores de que era capaz y no se cansaba nunca de amontonar sobre ellos desdichas. Quizá le estimulase el gusto de ver a Rosa enternecida.
No, señor. Nieto se dolió de esta ignorancia con suavidad, como si en ello le fuera algo. Era un hombre alto, grueso, de fisonomía abierta y simpática. Sin saber por qué, parecía interesarse en mi negocio y no se cansaba, mientras caminábamos, de hacerme preguntas por donde pudiera ponerse en la pista de la cigarrera.
Aquella tarde, cuando juntos bajaban hacia la ciudad, el más animado, el más exaltado era Mefistófeles: Fausto callaba, meditando en lo comprometidos y engorrosos que son ciertos enredos en poblaciones de provincia, donde uno tiene madre y hermanas. Mefistófeles, ¡pobre diablo!, no se cansaba, entre tanto, de ponderar los primores del grumete.
Elena, que en sus horas de soledad era una fumadora insaciable, cuando se cansaba de ir con el cigarrillo en la boca de una á otra pieza examinando los adornos y comodidades de su nueva casa, abría el piano, dejando que sus dedos corriesen sobre las teclas.
No se cansaba jamás Llagostera de enumerar las ventajas positivas de Barcelona sobre Sevilla, y sobre el resto del mundo. Además, lo que le ponía fuera de si era la holgazanería de los andaluces. No hay una mala fábrica. A las cuatro de la tarde ¿sabe? los hombres astán santados a la puerta de casa tocando la guitarra.
La pobre muchacha, villanamente abandonada no hacía siquiera dos meses, le sonrió con dulzura. Esta dulzura había sido precisamente la causa de su desgracia. El apuesto Pablito se cansaba pronto de las mujeres dulces. Sin embargo, devolvió la sonrisa, y al pasar a su lado, le dijo áticamente: Te van a embestir los toros, Nieves. La bordadora traía un pañuelo rojo atado a la cintura.
El novio tenía en efecto la fisonomía truhanesca del dios del amor, y con un poco de buena voluntad se podía tomar por aljaba la joroba en su máximum, que la severidad del frac no llegaba á ocultar. Don Timoteo empezaba á sentir dolores de cintura, los callos de sus piés se irritaban poco á poco, su cuello se cansaba y ¡faltaba aun el Cpn. General!
El majadero de López estaba dispuesto a todo, apretado por la miseria, la envidia y los apetitos que devoraban su alma. Ya se cansaba de esperar el venerable Gracián, cuando apareció Romualda, jadeante y sofocada. Por su conducto la señora Nazaria suplicaba al Padre tuviera la bondad de subir, porque se encontraba muy mala.
Todo lo hacía por espasmos y se cansaba de todo, de sus estudios, de su pereza y de sus desórdenes. Era hombre de mucha capacidad, notable como músico; como predicador, muy elocuente; y hábil periodista. A los cincuenta y dos años murió, y su mujer e hijo quedaron en la miseria. Pero Franz Schubert, el niño maravilloso de Viena, vivió de otro modo, aunque no fue mucho más feliz.
Palabra del Dia
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