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Esteven la llamaba su Nanita querida; la madre hablaba de mandar construir un nicho muy dorado con dosel y todo, para meterla dentro, como santita que era; Jacinto la traía regalos siempre que podía, y en cuanto a Angela, caso extraño, su antítesis, el polo opuesto de Susana, la respetaba y miraba como algo superior y sobrenatural.

Y ella, la palomita sin jiel, la rosita de Abril, ¡tan buena siempre conmigo! ¡protegiéndome, como si fuese mi virgensita!... Cuando mi mare se enfadaba porque jasía yo una de las mías, ya estaba Mari-Crú defendiendo a su pobresito José María... ¡Ay, mi prima! ¡Mi santita dulce! ¡Mi sol moreno, con aquellos ojasos que paesían hogueras! ¿Qué no hubiese hecho por ella este pobresito gitano?... Oiga su mersé, señó.

¿Usted la ha visto?... ¡Infeliz muchacha!... Le he rogado que vaya conmigo a Malta y no quiere. Y hace bien. ¡Pobre santita! Cuando la vi, más que su hermosura que es mucha, más que su talento que es grande, me cautivó su piedad... Todos decían que era perfecta, todos decían que merecía ser venerada en los altares... Esto me inflamaba más.

Clarita ha ido más allá. ¡Qué inocencia la suya, tan rara por su enlace con la discreción y el despejo! ¡Qué fe religiosa tan sana y atinada! ¡Qué amor á su madre y qué sumisión á sus mandatos! Clara es una santita en este mundo, y al verla hay que alabar á Dios, que la ha criado á fin de dejarnos rastrear y columbrar por ella lo que serán en el cielo los angelitos y las bienaventuradas vírgenes.

Estaba dormida, y tenía la calma, el dulce e insensible respirar que hace sagrado el sueño de los niños. Julián no se cansaba de mirarla así. ¡Santita de Dios! murmuró apoyando los labios muy quedamente en la gorra, por no atreverse a la frente. Cójala usted, Julián.... Ya verá lo que pesa. Ama, déle la niña....

Misia Casilda, conmovida, besó a Susana con placer inefable; no se cansaba de mirarla y de oírla, tan bella y tan discreta, la santita de la casa, como sabía que la llamaban: era digna, , de ser amada, y el pobre Quilito no exageraba cuando hacía su entusiasta panegírico... Ya la niña se había levantado y hablaba gozosa, de ir a llamar a su madre.

La señora se había puesto de pie, pálida como un cirio... y si sus piernas la hubieran obedecido, habría huído de aquella casa, donde nada tenía ya que hacer, puesto que su intención era otra bien distinta de la que la santita le prestaba: repugnábale pasar por más generosa de lo que, humanamente, se creía capaz... Y se oyó la vocecita fresca: ¡Es la tía Silda, mamá, es la tía Silda!

Se encaró con su madre para decirle: Todo esto es obra del medicucho ese, de acuerdo con la santita.... ¿No te dije que aquella conferencia que tuvieron los dos la otra tarde traería cola?... Todavía vamos a ver aquí una boda entre hermanos.... ¡Qué escandalosos! La señora, atajándola, interrumpió: «Tu prima» se ha portado muy bien en esta ocasión.... No consiento que la faltes.

Pero Agapo insistió. ¿Qué mal había en ello? ¿acaso iba a mancharse los dedos y a condenarse a infierno perpetuo por recibir la cartita del primo y dejarse querer? ¡Porque Quilito la quería, la adoraba! ¿y no era lógico esto, que se adorase a una santita como ella?

Hallo extraña, para explicada sólo por una simpatía cualquiera, esa devoción de V., y recelo que la santita que se la infunde ha cautivado á V. con más dulces cadenas que las de la piedad. Te repito que no disparates volvió á decir el Comendador poniéndose muy serio. Confieso que es difícil de explicar el extraordinario cariño que Clarita me infunde.