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Tal vez el presente libro sea considerado por muchos como una «equivocación» al compararlo con mis anteriores obras; pero yo prefiero equivocarme yendo en busca de novedad, á conseguir aciertos fáciles, que muchas veces no son mas que simples repeticiones de triunfos anteriores.

»¿Qué espectáculo será semejante al de esos mil arcos ligeros descritos en el espacio, apenas sostenidos en sus arranques y dejando pasar la luz, como un bosque ornado de guirnaldas que sacude y levanta la brisa? No sabrán las gentes á qué compararlo, porque no habrá monumento antiguo ni moderno que ofrezca tan original combinacion.

Se muestra escandalizado por el carácter absurdo de su final. ¡Qué tiempos! El fugitivo refugiado en Amerongen le desconcierta y le irrita. ¡Y yo que le hacía el honor de compararlo con un teniente!... ¡Yo que le consideraba capaz de pegarse un tiro!...

Hay hombres que se detienen en un momento de la historia y por nada pasan el límite marcado por su predilección, casi diría por su monomanía. No leen ya, releen, como decía Royer Collard. En ellos es disculpable esa obstinación apasionada; no conocen sino ese mundo, y por tanto, no pueden compararlo al presente.

Para mejor comprender este fenómeno y explicarlo según es en realidad y no como resulta en apariencia, conviene compararlo con la aparición de un nuevo sentimiento que se ha formado desde la implantación del régimen americano; del sentimiento de la higiene.

Se ha demostrado que es puramente ilusorio este parentesco con los Colombos almirantes, y falsos también los relatos de los combates de su mocedad en las galeras genovesas frente al puerto de Lisboa, así como su milagrosa salvación sobre un madero. ¿Por qué no podría serlo igualmente el genovesismo de ese italiano que ignora su lengua y no se acuerda de cómo es su país, pues jamás lo alude para compararlo con las tierras descubiertas?...

No quiero que se nos robe más tiempo. Hubo un silencio solemne. Bonis no vaciló en compararlo al que precede a la tempestad. Por de pronto, era el que trae consigo lo sorprendente, lo inaudito. Comprendía Reyes que estaba allí solo, que los Valcárcel y sus futuros afines los Körner se lo comerían de buen grado. No era que él no estuviera azorado, casi espantado de su audacia; lo estaba.

Ya indicamos antes cuán grande es la admiración, que nos inspira, y, por tanto, no es necesario repetirlo de nuevo; de manera, que, si juntamos en un haz las faltas y las bellezas de estilo de este poeta, podremos compararlo, invocando una imagen, que se usa con mucha frecuencia, á un volcán que despide brillantes columnas de fuego juntamente con espesas y negras nubes de humo.

Si tiene usted más honor que... vamos, no con qué compararlo. Tiene usted un honor más limpio que el sol... ¿qué digo sol, si el sol tiene manchas? Más limpio que la limpieza. Y todavía se queja... Nada, yo le voy a curar a usted con esta vara. En cuanto hable del honor, ¡zas!... No hay otra manera. Lo que yo digo: esas cosas las hace usted por lo muy mimadito que está.

Asistía ocho días seguidos a cualquiera de estas sociedades: de repente se cansaba y tardaba en venir un mes. Miguel Rivera solía compararlo a Milord, un famoso perro que asistía con su amo al café del Siglo. Mientras le daban terrones de azúcar se mostraba muy solícito y cariñoso. En cuanto observaba que los platillos quedaban vacíos, se alejaba de la mesa afectando no conocerles siquiera.