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Y al proferir tales palabras, caían otra vez algunas lágrimas de sus ojos; Miguel protestó contra esta suposición; sostuvo el idealismo de su amor, cubriéndola de vivos y apasionados besos. Lucía se dejaba acariciar con resignación.

Una lágrima asomó a sus ojos, que eran garzos, y corrió hasta mojar la sábana. Se acordó de que no había conocido a su madre. Tal vez de esta desgracia nacían sus mayores pecados. «Ni madre ni hijos». Esta costumbre de acariciar la sábana con la mejilla la había conservado desde la niñez. Una mujer seca, delgada, fría, ceremoniosa, la obligaba a acostarse todas las noches antes de tener sueño.

Jamás había asistido a una de estas fiestas brillantes de la sociedad aristocrática. La realidad no correspondió a su esperanza, como siempre acontece. Toda aquella vana ostentación, el lujo escandaloso desplegado ante su vista, en vez de acariciar su orgullo lo hirió cruelmente. Nunca se sintió tan forastero en aquel mundo que hacía tiempo frecuentaba.

D. Alvaro le mandó llamar; comenzóle á acariciar diciéndole: «Vos no sabéis que habemos de venir con los enemigos á las manos: dejadlos; lléguense cuanto quisieren

Pero más animoso que éste, después de corta vacilación, se dejó caer de golpe sobre lo que más le agradaba: sobre los ojos. Cerrólos la hermosa y sonrió de nuevo dejándose acariciar por él con suave condescendencia. Al cabo hizo un gracioso mohín de impaciencia y se retiró al interior. ¡Cielo santo, cuánto tenía que hacer! Lo primero, por supuesto, era ordeñar las vacas, como hacía todos los días.

Así es que se presentaba en su imaginación el bendito hermano Toribio como loco furioso y perverso, enemigo de mismo para llagarse con cadenas ceñidas á los riñones, y enemigo de todo el género humano, á quien desollaba y atormentaba en la edad de la niñez y de la más temprana juventud cuando se abren al amor las almas y cuando la naturaleza y el cielo debieran sonreír y acariciar en vez de dar azotes.

La pluma, divagando por la bóveda del salón sintió que desde la mesa subían á acariciar sus sentidos los dulces vapores de la mesa, y se embriagaba con la fragancia de los vinos, escanciados sin cesar en copas de oro.

De allí adelante comenzó D. Alvaro á salir y acariciar los soldados, mandando dar dineros á los que hacían algún buen hecho ó buen tiro con el arcabuz, y á los 4 de julio, teniendo determinado salir á los enemigos, como la mañana de Pascua, se dejó porque se fueron aquella noche á dar aviso á los turcos siete ú ocho bellacos, y así se mandó echar bando que cualquiera que matase al que se pasaba á los enemigos, le darían seis escudos.

Aunque su experiencia le insinuaba lo primero, una voz interior le decía lo contrario; y atendiendo a ella, contentose con acariciar tierna y noblemente aquella mano que con tal candidez le entregaban. La tertulia se deshizo al fin, y nuestro joven se fue perplejo y caviloso a la cama, proponiéndose observar atentamente a Maximina en los días siguientes.

Una de las cosas que más cautivaban a Jacinta era aquella costumbre de los patios amueblados y ajardinados, en los cuales se ve que las ramas de una azalea bajan hasta acariciar las teclas del piano, como si quisieran tocar. También le gustaba a Jacinta ver que todas las mujeres, aun las viejas que piden limosna, llevan su flor en la cabeza.