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Lloraba echándome los brazos... yo le prometí volver. Señorita, señorita... ELECTRA. Entra. ELECTRA. Estamos solas. PATROS. No hay ocasión como ésta, señorita. Ahora o nunca. ELECTRA. ¿Vienes de allá? PATROS. De allá vengo... Muchos señores que dicen números... millones y cuatrollones... Adentro, nadie. PATROS. Fuera miedo. ELECTRA. ¡Virgen del Carmen, protégeme! PATROS. Podría ser.

Curiosos hubo que se llegaron a hincarle alfileres por las carnes, desde la punta hasta la cabeza; ni por eso recordaba la dormilona, ni volvió en hasta las siete del día; y como se sintió acribada de los alfileres y mordida de los carcañares, y magullada del arrastramiento fuera de su aposento, y a vista de tantos ojos que la estaban mirando, creyó, y creyó la verdad, que yo había sido el autor de su deshonra; y así, arremetió a , y echándome ambas manos a la garganta, procuraba ahogarme, diciendo: "¡Oh, bellaco, desagradecido, ignorante y malicioso!

»Yo le dije esto de manera que ella me entendió muy bien a todas las razones que entrambos pasamos; y, echándome un brazo al cuello, con desmayados pasos comenzó a caminar hacia la casa; y quiso la suerte, que pudiera ser muy mala si el cielo no lo ordenara de otra manera, que, yendo los dos de la manera y postura que os he contado, con un brazo al cuello, su padre, que ya volvía de hacer ir a los turcos, nos vio de la suerte y manera que íbamos, y nosotros vimos que él nos había visto; pero Zoraida, advertida y discreta, no quiso quitar el brazo de mi cuello, antes se llegó más a y puso su cabeza sobre mi pecho, doblando un poco las rodillas, dando claras señales y muestras que se desmayaba, y yo, ansimismo, di a entender que la sostenía contra mi voluntad.

Pensando tonterías... y echándome a discurrir que de pronto se le antojaba quererme como yo le quería a él.

Al mismo tiempo una ola de cólera salvaje y brutal me subió al cerebro; sentí como un deslumbramiento y echándome sobre la balaustrada, vi toda la superficie del río cubierta de chispas. No diré, siguiendo el uso: Dios no lo quiso. No me gustan las fórmulas triviales.

Antes de marchar le pronunció un sentido discurso acerca de la necesidad de ser formal y estudioso, «siquiera porque aquella no me saque loco echándome todo el día a la cara tus travesurasCon esta etapa dio comienzo para nuestro mancebo un modo de vida totalmente distinto del que hasta entonces había tenido.

No darle ese gusto supremo a la envidia, que ha visto tu carrera lucida con ojos torvos, de mostrarte amilanado, porque estás vencido. Ya que se cae, caer con arte, como el gladiador antiguo... Ese ha pasado, echándome una mirada, en la que he leído curiosidad y placer a un tiempo; seguro que va diciendo: ¡He visto a Esteven, pero me ha parecido tan fresco!

No te enfades, Francisca exclamé, echándome a reír... No te he oído nunca decir las palabrotas de que habla el señor Dormal... No se trata de ti. , , sabes bien que todas esas frases sobre la camarada me dan en pleno estómago. ¡Ah! el muy idiota... ¿Tu estómago?... No, ese capitán del diablo. Vamos, Francisca, tranquilícese usted dijo la de Ribert.

¡Ah, Cervantes!... ¡Ya! exclamó D. Nemesio abriendo mucho los ojos para expresar que no era insensible a este nombre. Y luego, encarándose conmigo, me preguntó con interés: Cervantes era un hombre muy despejado, ¿verdad? No, señor respondí bruscamente, echándome a dormir y tapándome con la manta. Comenzó a clarear el día en Despeñaperros.

La muerte de aquel hombre divulgada en seguida por la ciudad; la policía echándome mano, la consternación de mi yerno, los desmayos de mi hija, los gritos de mi nietecita; luego la cárcel, el proceso arrastrándose perezosamente al través de los meses y acaso de los años; la dificultad de probar que había sido en defensa propia; la acusación del fiscal llamándome asesino, como siempre acaece en estos casos; la defensa de mi abogado alegando mis honrados antecedentes; luego la sentencia de la Sala absolviéndome quizá... quizá condenándome á presidio.