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En uno de los tramos había, no un candil, sino el sitio de un candil manifestado en una gran chorrera de aceite hacia abajo, una gran chorrera de humo hacia arriba, y en la convergencia de ambas manchas un clavo ennegrecido. Llegaron al segundo, y el militar llamó. Sin duda, alguna persona esperaba con impaciencia, porque la puerta se abrió al momento.

Así Thiers, el día después de su llegada, 21 de Septiembre, empleó sus horas de este modo, que cuenta López Cepero, á su amigo el autor de El dos de Mayo: ...«Estaba dispuesta una novillada y concurrió á ella dicho personaje, rodeado de gente juglar y baladí, muy poco conforme á la categoría que se le supone, y con esta chusma pasó toda la noche en un corral de la calle Jimios, entre gitanos y mujerzuelas, lo más asqueroso que se usa en las fiestas de candil á que sólo aun entre la canalla suele verse algún día de campo, estando desterrado en todo lugar y tiempo de la gente de mediana educación y decencia

Rezaba el joven sus oraciones cuando oyó un discreto golpe dado á la puerta y casi en seguida entró Gualtero con un candil, pálido el rostro y temblorosas las manos. ¿Qué ocurre, amigo? le preguntó prontamente Roger. Apenas qué decirte. Me asaltan los más tristes presentimientos y tiemblo sin saber por qué. ¿Te acuerdas de Tita, la hija del artista de Burdeos?

La luz del candil y los reflejos de la lumbre arrancaban destellos a la hojalata limpia, al barro vidriado de las cazuelas del vasar, y la temperatura se suavizaba, se elevaba, hasta el extremo de que el señor Rosendo se quitase la gorra con visera de hule, descubriendo la calva sudorosa, y la niña echase atrás con el dorso de la mano sus indómitas guedejas que la sofocaban.

Comprar cosas. Lo primiero candil de barro. Pero comprarlo has sin hablar paliabra. Me vuelvo muda. Muda ... Comprar cosa... y si hablar no valer. Válgate Dios... Pues bueno: compro mi candil de barro sin chistar, y luego...».

Al entrar en la barraca y darle de lleno la luz del candil, las mujeres y los chicos lanzaron un grito de asombro. Vieron la camisa ensangrentada... y además su facha de forajido, como si acabara de escaparse de un presidio saliendo por la letrina. Roseta y su madre prorrumpieron en gemidos. «¡Reina Santísima!... ¡Señora y soberana! ¿Le habían matado?...»

Embromó al boticario diciendo que no creía en la fuerza electrizadora de su uña; y el boticario, a fin de convencerle, le prometió que el día menos pensado, cuando estuviese él bien dispuesto, le llamaría y haría delante de él la experiencia de encender el candil y de disparar el cañonazo.

Se les dejaba concurrir a los bailes de Villahermosa o de candil, según las aficiones de cada uno. Pero en lo que no hubo variación fue en aquel piadoso atavismo de hacerles rezar el rosario todas las noches. Esto no pasó a la historia hasta la época reciente del traspaso a los Chicos.

Al topar con el sacerdote levantó la mano derecha hacia atrás y la lumbre del candil hizo centellear, en el aire, su larga espada desnuda. El Señor de San Vicente meneó de un lado a otro la cabeza, con sonrisa agria, dolorosa. Entonces el segundón acercose al lacayo y pinchole el rostro con el acero. ¡Teneos, en nombre de Cristo! gritó reciamente el canónigo, asiéndole el brazo.

Ocurriría con el hombre de ahora lo propio que, después de la aparición del tal hombre, ha ocurrido con el antropisco, de quien no se encuentran ya ni señales ni rastros, aunque los busquemos con un candil o con la linterna de Diógenes. Más compasivo el Sr.