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Viendo los Payaguás que nuestra gente no hacía ninguna demostración de sentimiento por este suceso, tomando atrevimiento, resolvieron desalojarnos el día siguiente de donde estábamos, dejándose ver una multitud de canoas divididas en dos escuadras, de las cuales, llegándose una á tierra desembarcó alguna gente y la otra discurría por el río, pero no se atrevieron á ponerse á tiro; antes, poco después se retiraron, no dejándose después ver más, sino á lo lejos, á fin de espiar nuestros pasos: una sóla vez, en la oscuridad de la noche, osaron molestar por tierra las balsas, tirando contra ellas piedras y flechas; mas nuestros cristianos, con poca diligencia, los pusieron en fuga.

26 Y cuando salió en hierba e hizo fruto, entonces apareció también la cizaña. 27 Y llegándose los siervos del padre de la familia, le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena simiente en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña? 28 Y él les dijo: El hombre enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la cojamos?

43 Y una mujer, que tenía flujo de sangre hacía ya doce años, la cual había gastado en médicos toda su hacienda, y por ninguno había podido ser curada, 44 llegándose por las espaldas, tocó el borde de su vestido; y luego se estancó el flujo de su sangre. 46 Y Jesús dijo: Me ha tocado alguien; porque yo he conocido que ha salido virtud de .

34 Todo esto habló Jesús por parábolas a la multitud; y nada les habló sin parábolas. 35 Para que se cumpliese lo que fue dicho por el profeta, que dijo: Abriré en parábolas mi boca; Rebosaré cosas escondidas desde la fundación del mundo. 36 Entonces, despedida la multitud, Jesús se vino a casa; y llegándose a él sus discípulos, le dijeron: Decláranos la parábola de la cizaña del campo.

Salió, en esto, de través un ministro, y, llegándose a Sancho, le echó una ropa de bocací negro encima, toda pintada con llamas de fuego, y, quitándole la caperuza, le puso en la cabeza una coroza, al modo de las que sacan los penitenciados por el Santo Oficio; y díjole al oído que no descosiese los labios, porque le echarían una mordaza, o le quitarían la vida.

Ya la desgraciada joven del ruso empezaba a comprender la certeza de su desdicha, cuando entró en el despacho un mozo como de veinticuatro años, el cual, llegándose a ella con muestras de confianza, le dijo: «¿Conque usted por aquí, Isidora?... ¡Y en qué momento tan triste!... ¿Pero no me conoce usted? ¿Tan desmemoriada estamos, Isidora? ¿No se acuerda usted de D. Pedro Miquis, el del Toboso, que iba muchas veces al Tomelloso a buscar a su tío de usted, el señor Canónigo, para salir juntos de casa?

Con esto se consoló algo el sacristán, y se despidió de Cortado, el cual se vino donde estaba Rincón, que todo lo había visto un poco apartado dél; y más abajo estaba otro mozo de la esportilla, que vió todo lo que había pasado y como Cortado daba el pañuelo a Rincón, y llegándose a ellos, les dijo: Díganme, señores galanes: ¿voacedes son de mala entrada, o no?

Y levãtóše Iešus, y šiguiólo, y šus dišcipulos. Y heaqui una muger enferma de fluxo de šangre doze años avia, llegandoše por detrás, tocó la fimbria de šu veštido. Porque dezia entre ši, Si tocare šolamente šu veštido, šeré libre. Mas Iešus bolviendoše, y mirandola, dixo, Confia hija, tu fe tehá librado. Y la muger fué libre dešde aquella hora.

Sentóse cansado Corchuelo, y llegándose a él Sancho, le dijo: -Mía fe, señor bachiller, si vuesa merced toma mi consejo, de aquí adelante no ha de desafiar a nadie a esgrimir, sino a luchar o a tirar la barra, pues tiene edad y fuerzas para ello; que destos a quien llaman diestros he oído decir que meten una punta de una espada por el ojo de una aguja.

No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinó abreviar y darle la negra orden de caballería luego, antes que otra desgracia sucediese. Y así, llegándose a él, se desculpó de la insolencia que aquella gente baja con él había usado, sin que él supiese cosa alguna; pero que bien castigados quedaban de su atrevimiento.