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Wolsey se engaña al interpretar falsamente aquella profecía que se le había hecho de que una mujer sería la causa de su ruína, creyendo que esta mujer era Catalina; él mismo ha dado fuerza y valor á su enemiga. Enrique lo despide ignominiosamente de la corte, y confisca sus bienes y tesoro en beneficio de los soldados, á quienes trató tan mal. Posesión campestre de la reina divorciada Catalina.

Ese magnífico tapiz contiene toda la historia sagrada, en cuadros admirablemente bordados de trecho en trecho. Los demas monumentos de la ciudad son insignificantes. Como he dicho, Tarragona estaba divorciada de su puerto. Pero apénas se ha permitido la demolicion de las fortificaciones ruinosas que se interponian, y la ciudad se ha regenerado como por encanto.

Merecía haber nacido en un siglo menos escéptico y malicioso. Su naturaleza candorosa, ideal, estaba divorciada de la triste realidad presente, tenía la nostalgia de la Edad Media. En esta edad de fe y entusiasmo debía de haber vivido. Así que, como si presintiera que aquélla era su verdadera época, Godofredo la estudiaba, la fantaseaba sin cesar.

El prelado la amenaza iracundo devolverla á la nada, de donde la había sacado, resolviendo ella resistir con todo su poder y toda su astucia femenil á las intrigas de sus enemigos. Enrique con Ana. Enseña á su querida mujer una carta para la divorciada Catalina, llena de vanos consuelos; Ana se aflige al leerla, con el secreto propósito de envenenarla.

D. Gabriel, usted, como persona casi divorciada del siglo, aunque en su continente y rostro no se advierte nada que lo indique, comprenderá que en estas recatadas tertulias de mi casa no se puede tener con las muchachas la licenciosa tolerancia que madres inadvertidas y ciegas tienen con sus hijas en otras familias.

Do quiera que vuelvas los ojos hallarás en suma fachadas sin viviendas, entre cuyos sillares brotan el musgo y la malva, por cuyas ventanas pasan revolando los pájaros amantes de las grandes ruinas; monasterios inhabitados, templos desiertos, plazas donde crece la grama, calles á todas horas silenciosas, mercados donde no se trafica, talleres donde no se trabaja, tiendas donde no se vende; una poblacion en fin inactiva, dormida, mermada, pobre, privada de las delicias de la cultura islamita, divorciada con las dulzuras de la progresiva civilizacion cristiana, y marcada con el estigma de una dolorosa decadencia material y moral .

Por mucho tiempo Tarragona, trepada en su colina y divorciada del puerto por las murallas que la estrangulaban, no ha sido sino un apacible nido de canónigos, gorjeando en su catedral gótica, en medio de inscripciones, lápidas y escombros. Tarragona, en efecto, es un cementerio de las razas y civilizaciones diferentes y sucesivas.

Entre estos dos grupos principales que ocupaban ambas cabeceras sentábanse el resto de los convidados: la señora de López Moreno, que redondeaba a la sazón su inmensa fortuna prestando al veinte por ciento; la marquesa de Valdivieso, que no atestiguaba ya sus sentencias con la autoridad de Paco Vélez, sino con la de Fermín Doblado; la condesa de Balzano, divorciada de su marido y en pleito con sus hijos; el duque de Bringas, declarado pródigo por los tribunales a instancias de su esposa; don Casimiro Pantojas, buscando siempre el paulot postfuturum de algún verbo griego; dos diputados novatos, cándidos provincianos todavía, a que la ilustre condesa, de acuerdo con el excelentísimo Martínez, tendía el anzuelo de sus banquetes para pescarlos en la oposición futura; el espiritual Pedro López, que pagaba su cubierto todos los viernes con algunas columnas de La Flor de Lis de prosa gelatinesca, y el marqués de Sabadell, que al notar las siete bajas habidas en el número de convidados, dirigía a Currita miradas impacientes, que hacían en la comprimida cólera de esta el efecto que el viento hace en el fuego, y parecían demostrar en ambos el pesar de ver frustrado en parte algún plan que proyectaban.