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Y es de este modo afirmaba como debe nacer el Anticristo, según un gran número de doctores, y como nacieron Rómulo y Remo, según Tito Livio; Platón el filósofo, según San Jerónimo; Alejandro el Grande, según Quinto Curcio; el inglés Merlín, engendrado por un íncubo en una religiosa hija de Carlomagno; y, para decirlo todo, el maldito heresiarca que llevaba el nombre de Lutero.

Bien puede sin vanidad ni soberbia exclamar el Padre Rivadeneyra que al mismo tiempo que Martín Lutero «quitaba la obediencia á la Iglesia Romana y hacía gente para combatirla con todas sus fuerzas, levantaba Dios á este santo capitán para que allegase soldados por todo el mundo y resistiese con obras y con palabras á la herética doctrina

En nuestros tiempos tenemos otros exemplares recientes de muchos Hereges, que quieren hacer pasar los delirios de su imaginacion por revelaciones especiales, y harto se han gloriado de esto Lutero, y Mr. Jurieu, pero con risa y desprecio de todos los sabios. Hay otras mugeres que hablan de revelaciones especiales, y su error está en la fantasía, aunque se hace de otra manera.

Para formar juicio de las palabras de Lutero sobre el celibato, servirá no poco el saber que quien habla es un fraile apóstata, casado con Catalina de Boré; y quien haya tenido paciencia bastante para ruborizarse mil veces hojeando las impudentes confesiones de Rousseau, será bien poco accesible á ilusiones, cuando el filósofo de Ginebra le hable de filantropía y de moral.

Venga usted acá, viborezno libre-pensador, Voltaire de monterilla, Lutero con cascabeles; según ese disparatado modo de pensar que usa vuecencia, también se podrá asegurar lo que dice el vulgo de los préstamos del Magistral al veinte por ciento. Non capisco respondió el ex-alcalde, que sabía italiano de óperas.

Los enemigos mas formidables del principio católico y de cuanto él habia creado no eran, no, Lutero y Calvino; estaban en el corazon de la misma Iglesia romana, eran los cardenales eruditos y sensuales, los filósofos epicúreos platónicos, los jurisconsultos regalistas, los poetas licenciosos que á su sombra florecian.

En un rincon figuran: Isabel la católica, Fernando, su marido, y el inmortal Colomb; en otro sitio, Lutero enseñando su doctrina, ó Calvino demostrando la justicia del libre exámen. Los tres primeros salones están literalmente colmados de figuras históricas y de contemporáneos, pertenecientes á todos los géneros de celebridad.

En seguida se ofrecen a nuestra memoria Colón, Vasco de Gama, Magallanes, Vives, Suárez, Victoria y Domingo de Soto, Ignacio de Loyola y Lutero, Rafael y Miguel Ángel, Ariosto, Camoens y Shakespeare, Galileo, Baccon y Copérnico, y otro centenar de varones extraordinarios, en toda clase de obras propias del ingenio y del entendimiento humanos y para todos los gustos, creencias y doctrinas.

Y movido allí por el genio o espíritu que interiormente le agita, pronuncia un sermón elocuentísimo lleno de amor de Dios y del prójimo, que deleita y conmueve a la muchedumbre devota, la cual no ve ni sospecha la menor herejía, y que ofende e indigna a los canónigos del cabildo. ¿Ha surgido acaso en la remota ciudad donde ocurren estos sucesos un flamante reformador de la Iglesia: un Savonarola, cuando no un Lutero?

La herejía era el rejalgar que, una vez en la entraña, daba al traste con la más firme entereza, y, según él, ya el tósigo estaba en parte sorbido. Valladolid era un foco de luteranos. Salamanca, un seminario de herejes. Los discípulos de Valdés y de Ramus, los secuaces de Erasmo y de Lutero eran asaz numerosos.