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No quiero yo decir, ni me pasa por pensamiento, que es tan buen estado el de caballero andante como el del encerrado religioso; sólo quiero inferir, por lo que yo padezco, que, sin duda, es más trabajoso y más aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso; porque no hay duda sino que los caballeros andantes pasados pasaron mucha malaventura en el discurso de su vida.

No, señor repuso el zapatero . El trabajo es la mayor de las virtudes, según he leído en los periódicos. Nada de castigo. La ociosidad es madre del vicio, y el trabajo una virtud. ¿No es así, don Gabriel? Y el zapaterillo miraba al maestro, aguardando sus palabras con la misma ansiedad del sediento que espera el agua.

Yo la amaba como a mismo, más que a mismo: la amaba hacía mucho tiempo: para conocer que la amaba necesité verla en el esplendor de su hermosura, en el lujo de su transformación, y entonces comprendí que yo no estaba hastiado sino sediento; que en no había muerto nada; que mi vida había pasado entre un marasmo fatigoso producido por el lodo del mundo en que hasta entonces me había revolcado.

El pobre padre no tenía en aquel momento más hijos en el mundo que su cosecha, el trigo enfermo, arrugado, sediento, que le llamaba á gritos pidiendo un sorbo para no morir. Y en esto pensó mientras su mujer arreglaba la cena. Roseta iba de un lado á otro fingiendo ocupaciones para no llamar la atención, esperando de un momento á otro el estallido de la cólera paternal.

Viniendo ya cerca de la plaza, de vuelta para Peleches y muy sediento don Alejandro, recomendole don Claudio las limonadas del Casino; y por eso y porque Nieves conociera el gran salón, de tan buenos recuerdos para él, habían subido.

De la ventana central proyectaba una larga barra á manera de asta, de cuya punta pendía enorme rama seca, señal cierta de que el sediento viajero hallaría en la venta toda clase de bebidas, y en especial la dorada cerveza y el buen vino que tanto contribuían á la justa fama del establecimiento.

Al tentarse, su persona sonaba á porcelana. Hasta la ropa era dura, y nada diferente del cuerpo. Cuando, solo ya con su mujercita, la estrechó entre sus brazos, no experimentó sensación alguna de placer divino ni humano, sino el choque áspero de dos cuerpos duros y fríos. Besóla en las mejillas, y las encontró heladas. En vano su espíritu, sediento de goces, llamaba con furor á la naturaleza.

Al salir ellas al paseo, recogió en el zaguán la carta de manos de la santita, en las mismas narices de la oronda misia Gregoria y de Angela, sin que ninguna se enterara. ¿Qué tal? Quilito no le escuchaba: había rasgado el sobre y leía; con el afán de un sediento ante un vaso de agua, saboreaba la miel de la fraseología de su prima, temblándole las manos de emoción.

Esta mujer debe de haber sido un sueño mío. Esta mujer no ha existido. Ha sido un hermoso sueño de primavera. Una horrible pesadilla de verano: ¡Esa mujer! ¿Y si ella hubiese existido? ¿Si no hubiera sido el sueño de un loco sediento de amor? ¡Oh! ¡qué horrible desgracia! He rasgado la parte más dolorosa de ese sueño o de esas memorias.

El furor y la rabia, tus sequaces, Han tomado en sus pechos tal asiento, Que qual si fuese de Romanas haces, Cada qual de su sangre está sediento. Muertes, incendios, iras, son sus paces, En el morir han puesto su contento, Y por quitar el triunfo á los Romanos, Ellos mesmos se matan con sus manos.