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»Agradablemente sorprendido, sin duda, mi tío contestó con una dulzura poco acostumbrada en él: »Un noble español no tiene más que una palabra; sostendré la que te he dado. En lo sucesivo, Carlos será de la casa; será un paje que estará a tu servicio. »Me es imposible pintar a ustedes la alegría y el reconocimiento del pobre Gerardo.

Tendiome su mano enflaquecida, me perdonaba, no me maldecía ya, me amaba; me amaba, ; amaba al pobre Gerardo, que ha olvidado todos sus sufrimientos... Pero no es esto, señora, de lo que quiero hablarle, sino de usted... de usted, de quien él se acuerda sin cesar. Pues que ella me cree muerto dijo, que no salga nunca de su error.

Entonces creía usted en Dios... Es posible... Cuando una es joven cree todo lo que le cuentan... pero después todo varía... Ya no creo en nada... Esas son historias para divertir a los pobres. Volvió los ojos irritados hacia la puerta, en la que estábamos apoyados Gerardo y yo, y dijo: Oiga usted; pregunte a esos señores si van a misa. ¡Yo voy! dijo Gerardo. ¿Y a confesarse?... ¡Bah!

Sus rápidas miradas, que siempre solicitan la aprobación de los presentes, se detuvieron en Luciana, pero ésta no levantó los ojos y Gerardo no pudo leer en el mármol impasible de aquellas lindas facciones, fijas en una inmovilidad absoluta y altanera.

Solía ir también por allá D. Gerardo Piquero, que había sido administrador de la Aduana de Puerto Rico y estaba jubilado. Se murió hace dos años el pobre. Iba á las nueve; yo nunca llegaba hasta después de las nueve y media. En cambio, á las diez y media en punto levantaba tiendas, mientras yo acostumbraba á quedarme hasta las once ó algo más.

Parecía rejuvenecido con la belleza de su hija. Cuando volvió, fue unánime y calurosamente felicitado. Gerardo Lautrec improvisó, en honor de Elena, un soneto de rimas sonoras y raras, en el que la comparaba con las vírgenes de las Propilias y rimaba ánfora con canéfora, lo que es rico, nuevo... y no hace daño a nadie. Máximo de Cosmes a su hermano. 20 de agosto.

Es igual que la bohemia, que es un puente que se pasa bien en la juventud; pero es peligroso seguir de por vida de bracero con esta triste querida del arroyo, que al par de nosotros va envejeciendo y en seguida pierde su salvaje belleza y la alegría de la primera hora ilusionada. El viejo poeta Nerval GERARDO de Nerval es un nombre desconocido de nuestro público.

Es imposible que no haya uno que te guste más que los demás... franca... Desde luego, el que me gusta menos es el señor Kisseler. Procedamos, si quieres, por eliminación. ¿Qué piensas de Gerardo Lautrec? Lo encuentro fino, ingenioso, amable... ¿Es a él a quien prefieres? ¡Oh! no... Me interrumpí, no sabiendo realmente si decía la verdad. Entonces es Máximo... a no ser que el doctor...

Y mostrando con el dedo la ventana que daba frente a su lecho: Mi razón, debilitada, me hace ver fantasmas; porque mientras hablabas... me pareció ver una sombra al través de esta ventana... la sombra de Gerardo. Ha sido él, o su sombra, la que me ha mirado llorando. Al oír estas palabras, lanzose Isabel a la ventana que daba al jardín y oyó los pasos de un hombre que se alejaba.

Hay también el día en que se paga al casero dijo una voz. Hubo risas, pero el éxito de esta melancólica reflexión se perdió en el ruidoso triunfo de Gerardo Lautrec.