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Actualizado: 10 de junio de 2025
Poner a Carlos bajo la influencia del helado cielo de la Rusia era matarle, y sin separarse de él, era imposible evitar lo que temía... ¿A quién había de confiarlo? ¿quién tendría cuidado de él? ¿qué sería de este niño?... Lloraba Gerardo, y yo también lloraba al ver las lágrimas en aquella fisonomía que ordinariamente causaba tanto regocijo.
Había descuidado su fortuna por dedicarse a sus galanteos, y después de una larga carrera, el pobre anciano no tenía otros bienes que su buen humor, sus cavatinas, su vestido negro y aquella prodigiosa peluca que me divertía extraordinariamente. »Cierto día entró en su habitación, contra su costumbre, sin cantar. Yo le miré con inquietud. »¿Está usted malo, Gerardo? le dije.
Y este estado de lucha sorda ha durado una semana, durante la cual no ha cambiado su actitud con Gerardo. Lautrec no habla ya de viajar o parece aplazar, para una época indeterminada, su expedición al Asia Central. Había yo creído observar que Luciana le escuchaba por una especie de bravata, y yo, por orgullo, fingía indiferencia y trataba de parecer alegre y satisfecho.
Elena prometió ocuparse de todo aquello, y yo admiré la ingeniosa gracia de aquel corazón de quince años tratando de arrancar a una madre, sin que ella lo sospechase, su última voluntad sobre los que iba a dejar huérfanos. Me estaba ahogando en aquel aire pestilente y salí a reunirme con Luciana y Gerardo.
De otro modo, ¡cómo había yo de renunciar a verla! ¡Renunciar a verla, cuando la he educado, cuando usted ha sido la protectora, la amiga de mi pobre Carlos! ¿Sabe usted, pues, que no existe? Sí... sí... lo sé dijo Gerardo con voz trémula. ¡Y bien! exclamaron Fernando e Isabel; tenemos en nuestro poder fuertes sumas para entregarlas a usted, puesto que le pertenecen.
Palabra del Dia
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