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Actualizado: 10 de junio de 2025


»¿Cuándo se celebrará? me preguntó. »Mañana, si quiere. »Estrechó mi mano con una expresión de ternura y de reconocimiento difíciles de explicar. »Hasta mañana me dijo, y separose de para entrar en su habitación. »La mañana siguiente, poco antes de la hora en que debíamos vernos, se presentó Gerardo, pidiendo ver a su hijo.

Ahora venga usted. Hay que cerrarle los ojos respondió Gerardo, que estaba a mi lado y cumplió ese piadoso deber. Elena se levantó sin resistencia y me siguió. En el campo se oía reír a los niños pequeños, que estaban jugando al escondite, mientras el mayor se pegaba con otro chico de su edad. ¡Vámonos pronto! exclamó Luciana estremeciéndose. ¡Es horrible la muerte!... Elena me miraba indecisa.

D. Gerardo Esteve y Llac, se dijo: Que se conformaba en todas sus partes con el voto del Sr. D. Cornelio Saavedra, y que lo tenga decisivo el Sr. Síndico Procurador actual de ciudad. Por el Sr. D. Juan Ignacio Ferrada, se dijo: Que se conformaba en todas sus cláusulas con el dictámen del Sr. D. Pedro Cerviño. Por el Sr. D. José Santos Inchaurregui, se dijo: Que reproducia el voto del Sr. Dr.

Esta noche va usted a ver a Gerardo, Elena, y le pedirá, le exigirá que le entregue esas cartas... Aquí tiene usted dos letras para él, que he preparado y que autorizan su intervención. Con usted, no podrá salir del paso con frases de novela.

Las comedias de Eugenio Gerardo Lobo, de Tomás de Añorbe y Borregel, de José de Reinoso y Quiñones y otros, sólo recuerdan, en sus contornos más toscos, la forma externa de la escuela de Calderón; su espíritu ha desaparecido por completo, y su falta de fondo dramático se encubre tristemente apelando á portentos y á repetidos golpes teatrales.

Fuera de la fúnebre choza, y sentados juntos en un haz de leña verde, recogido por los chicos en el bosque, estaban Elena y Gerardo hablando en voz baja. En el campo habían cesado los gritos y los juegos y remaba un trágico silencio.

»Gerardo Broschi, que así se llamaba, era un verdadero artista que no carecía de talento, ni tampoco de amor propio. Pero el amor a su arte le había trastornado; nunca hablaba más que de música; siempre llegaba cantando, y a veces contestaba a mi tío con un recitado.

Hacía diez años que había partido para San Petersburgo, donde era el maestro de música, o, mejor dicho, el confidente de la emperatriz Catalina; ésta le empleó en intrigas de la corte, lo cual, descubierto por el Czar, a quien no gustaba que se burlasen de él, envió a Gerardo a la Siberia.

Luciana dije muy bajo, ¿es verdad que ha ido usted sola a buscar a Lautrec a su casa de la calle de Jena? Mi prometida se puso tan pálida, que hasta los labios resultaron descoloridos; y al mismo tiempo una horrible sensación de frío corría por mis venas, mis dientes crujían y me parecía que el sol acababa de apagarse. Le juro a usted que nunca he visto a Gerardo Lautrec en su casa.

Apostaria la cabeza á que no fué este vino el que bebió el capitan Gerardo Lobo cuando escribia: Ahogo despues mis anhelos En ese licor divino A quien otros llaman vino, Porque vino de los cielos. Siempre que bebo ... no, esto no es beber; es atragantar. Siempre que atraganto una copa, tengo que parodiar por fuerza las últimas palabras de Bruto.

Palabra del Dia

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