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Actualizado: 10 de junio de 2025


Al cuarto año cesó de escribirnos. ¿Había sucumbido al rigor del clima? ¿El amor que por todas partes seguía su fortuna le había hecho robar alguna princesa rusa? No lo pudimos averiguar, y hasta mucho tiempo después no tuvimos noticias suyas, ni oímos hablar más del pobre Gerardo, de mi maestro de música.

Debe ser humilde, puesto que implora, y altivo también, puesto que es fuerte. No veo en el señor Lautrec ni esa humilde ternura ni ese robusto orgullo. Y, en todo caso, no soy yo quien podría inspirárselos. Me parece muy fascinado por la bellísima Luciana, que es tan a propósito para gustarle. Hay, ciertamente, entre ellos un atractivo. Borremos, pues, de la lista, a don Gerardo Lautrec.

¿Es para darme un disgusto para lo que ha recurrido usted a Gerardo a fin de que le diese esa flor? pregunté a Luciana. Ha sido para ofrecérsela a usted, caballero respondió poniéndomela en el ojal. Su mal humor parecía disipado y Luciana sonreía embriagándome con su mirada y con el ligero aliento de sus labios. Besé aquellos finos dedos que me condecoraban con tanta gracia, y se firmó la paz.

¿Qué dice usted? preguntó Juanita, que al oír las palabras del anciano, parecía volver a la vida, y cuyos ojos animados y brillantes no se apartaban un momento de los de Gerardo. ¡Escúcheme usted, escúcheme! dijo el anciano, cuya emoción no le permitía guardar orden en su relación. Yo estaba sentado sobre las rocas al borde del agua.

Gerardo parecía presa de un violento combate; lloraba, retorcíase las manos, y en fin, cayendo de rodillas a los pies del lecho de Juanita, exclamó: Me ha vencido usted... no le puedo negar nada... ¡Aunque él deba maldecirme todavía; aunque deba matarme esta vez, volverá usted a verle, señora... , volverá usted a verle!

Voy sencillamente á dar cuenta aquí de dos dramas, representados ahora con grande aplauso en los teatros de Alemania y fruto del ingenio de dos famosos autores: Gerardo Hauptmann y Adolfo Wilbrandt. No trataré de desentrañar la intención de ninguno de los dos, ni los haré responsables de nada.

Pensé que sería, sin duda, el disgusto de abandonarme; pero Gerardo era demasiado franco para dejarme en un error. Tenía un hijo que constituía su única pasión... después de la música... Un joven encantador que, luego de haber oído la relación de Gerardo, creí que sería el hijo de alguna gran señora o alguna princesa a quien él había dado sus lecciones de música.

Lo que no me impedirá llevar infiltrado en mi sangre y en mi corazón el veneno de la duda, que corromperá mi existencia y también la suya. ¿Quién puede jactarse de ahogar para siempre la sospecha, ese monstruo de cien cabezas siempre renacientes? ¿No he visto a todos los hombres a sus pies? ¿No me inspiró sospechas recientemente Gerardo Lautrec?

D. Francisco Antonio de Belaustegui, vecino y del comercio; el Sr. D. José Antonio Capdevila, idem; el Sr. D. Marcelino Calleja Saenz, Escribano de Cámara de la Real Audiencia; el Sr. D. Gerardo Bosch, vecino y del comercio; el Sr. Dr. D. Bonifacio Zapiola, Abogado de esta Real Audiencia; el Sr. Dr. D. Domingo Viola, Presbitero; el Sr. Dr.

Gerardo replicó que la palabra dios expresa justamente lo inexpresable; y yo hice observar que la ciencia usa el mismo procedimiento al emplear ciertas palabras para expresar hipótesis, como el éter y el átomo, lo que facilita la explicación de los fenómenos.

Palabra del Dia

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