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¿Es para darme un disgusto para lo que ha recurrido usted a Gerardo a fin de que le diese esa flor? pregunté a Luciana. Ha sido para ofrecérsela a usted, caballero respondió poniéndomela en el ojal. Su mal humor parecía disipado y Luciana sonreía embriagándome con su mirada y con el ligero aliento de sus labios. Besé aquellos finos dedos que me condecoraban con tanta gracia, y se firmó la paz.

Las únicas personas que ni reían ni tomaban parte en la conversación eran el aya y la condesa. La primera no perdía de vista á los niños, regulando con señas imperiosas sus pasos y movimientos. La segunda no apartaba los ojos de las pardas montañas que tenía delante y deshojaba distraídamente una rosa que uno de los niños había arrancado de su tallo para ofrecérsela.

Pero me creí obligado a sustituirle a usted para no perder una hermosa pieza, rara en este terreno. Le pertenece por derecho. No me permito, pues, ofrecérsela: se la devuelvo. Añadió algunas frases más para obligarme y acepté el obsequio del señor Domingo como deuda de galantería dispuesto a pagarla.

Si percibía entre las zarzas alguna madreselva, aunque se arañase las manos, ya estaba saltando á cogerla para ofrecérsela. Otras veces procuraba quedarse atrás para contemplarla á sabor. La condesa sentía sobre su espalda la mirada amorosa del joven, y sonreía. Caminaban por la margen del río, cuyo declive hasta entonces había sido bastante suave.

Sea de ello lo que fuere, puesto que lo encontramos en el umbral de nuestra narración, por decirlo así, no podemos menos que arrancar una de sus flores y ofrecérsela al lector, esperando que simbolice alguna apacible lección de moral, ya se desprenda de estas páginas, ó ya sirva para mitigar el sombrío desenlace de una historia de fragilidad humana y de dolor.

El tigre, así que hubo terminado, descansó algunos instantes sobre la misma almohada de su víctima. Esta todavía se arrancaba la carne del pecho a puñados para ofrecérsela. Oyes, Julita, ¿cómo hace el gato? ¡Mau, mau! ¡Ca! no es así, verás como hace.

Caminaba lentamente golpeando el suelo con el bastón. A pesar de aquel aspecto de miseria, llevaba ambos brazos ornados de brazaletes de alquimia, y un doble collar de cuentas, que imitaban la turquesa, caía sobre su pecho. Al llegar junto a Ramiro, mirole fijamente, apoyando ambas manos en el báculo. El mancebo sacó una moneda para ofrecérsela.

Luego, habiéndola calzado las rojas chinelas perfumadas con ámbar, levantó delicadamente la camisa de noche y diola un beso en la carne. La niña la contuvo con ambas manos, exhalando melindrosa quejumbre. La misma doncella sacó después de un arcón otra camisa con puntas y vino a ofrecérsela sobre un azafate.

Pero todas estas manifestaciones de la Confederación Argentina no bastan a mostrarlo en toda su luz; necesítase un campo más vasto, antagonistas más poderosos, cuestiones de más brillo, una potencia europea, en fin, con quien habérselas y mostrarle lo que es un Gobierno americano original, y la fortuna no se esquiva esta vez para ofrecérsela.