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Braulio es viejo... ¿Le amas de amor? El alma de Braulio es hermosa; el alma de Braulio es inmortalmente joven. ; le amo de amor. ¿No has amado nunca a otro hombre? Nunca. Mira bien en el fondo de tu alma. Beatriz, ¿no has amado nunca a otro hombre? Apenas comprendo lo que me quieres decir; pero no ha de quedarme el menor escrúpulo.

, pero he cambiado de parecer. ¿Cree usted que yo voy a privarme del placer de quedarme a su lado durante algunas horas más por no contrariar a esa joven que tiene el aplomo de forzar el consentimiento de las personas? Entonces ¿por qué le hizo la historia de que tenía otra invitación para esta noche? Para no prometerle una cosa que yo esperaba obtener de usted.

Políticamente dimos las buenas noches, y en efecto, buena la fué para , pues no tardé en quedarme dormido el tiempo que invertí en contar unos cien golpes de la hélice, golpes que entre sueños los asemejaba yo á otras tantas pulsaciones de aquel monstruo de hierro, en cuyas entrañas dormía con la tranquilidad del que jamás había roto un plato.

¿No vendrás a almorzar?... ¡Ay!... Según: si me acometen dolores «tan horrendos» como los que a ustedes les dominan, tendré que quedarme hasta que se me pasen; si no son tanto que mi voluntad pueda vencerlos, estaré aquí de nueve a diez.

dijo Melisa, si lo hubieses preguntado, te hubiera dicho que me iba con la compañía de cómicos. ¿Sabes por qué? Porque no me quisiste decir que ibas a dejarme a . Yo lo sabía, te decírselo al doctor. Yo no iba a quedarme aquí sola con los Morfeo, preferiría morir.

Mas antes que entraran en ellos tuve ocasión para quedarme un momento detrás con Isabel y explicarle en cuatro palabras lo que sucedía. Maravillose en extremo, e hizo sin vacilar la misma afirmación de Paca; esto es, que debía de haber una intriga o mala inteligencia. No pudimos hablar más, porque llegamos a la puerta de salida y era preciso montar en carruaje.

No, ché, yo voy a quedarme para escribir a casa. Y yo también; ya te dije. Estoy por imitarlos, Baldomero, porque no escribo hace días. ¿Qué le parece que fuéramos mañana a ver la hacienda? Mejor que escriba mañana, don Melchor; de todos modos Hipólito saldrá tarde... y siempre tendrá tiempo... también puede escribir luego, a la noche, ¿no le parece? ¡Estoy tan cansado!...

El señor sabe que esta propiedad perteneció en otro tiempo al último Conde de Castennec, á quien tenía el honor de servir. Cuando la familia Laroque compró el castillo, confesaré que me apesadumbré y vacilé mucho para quedarme en la casa. Me había criado en el respeto á la nobleza, y me costaba mucho servir á gentes sin nacimiento.

No, se reía como siempre, se burlaba. No dijo una sola palabra concordante con su carta, no insinuó siquiera que había de quedarme; sólo murmuró, distraída, como pensando en otra cosa, que no debía guardarle rencor; mientras yo estuviera ausente me recordaría algo, no mucho, porque ella era mala y también incapaz de un verdadero amor; y agregó que tal vez sería mejor termináramos para siempre toda clase de relación, porque ella con seguridad, tarde o temprano, se enamoraría de otro.

La viuda de Jáuregui no hacía gran sacrificio, y su determinación estaba calculada con habilidad, pues como una de las vecinas le dijera que Guillermina pensaba echar un guante al día siguiente para atender a las apremiantes necesidades de algunos inquilinos de la casa, doña Lupe pensó de esta suerte: «Con quedarme a velar, cumplo; y eso del guante no va conmigo, porque en todo el día de mañana no aparezco por aquí, ni a media legua a la redonda».