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Eran los vehículos de los traperos, unas cajas descubiertas de las que tiraban pequeños borricos. Los dueños iban tendidos en el fondo, continuando su sueño, con la tranquilidad que les daba el estar a aquellas horas la calle de Bravo Murillo libre de tranvías.

Marchando junto á sus carros cargados de estiércol ó montados en sus borricos sobre los serones vacíos, encontró en el hondo camino de Alboraya á muchos de los que habían presenciado el juicio. Eran gentes enemigas, vecinos á los que no saludaba nunca.

¿Cómo fuera de la ciudad? -respondió-. ¿Por ventura tiene vuesa merced los ojos en el colodrillo, que no vee que son éstas, las que aquí vienen, resplandecientes como el mismo sol a mediodía? -Yo no veo, Sancho -dijo don Quijote-, sino a tres labradoras sobre tres borricos.

Todo esto, con el visiteo, el ir al campo a inspeccionar las labores, el ajustar todas las noches las cuentas con el aperador, el visitar las bodegas y candioteras, y el clarificar, trasegar y perfeccionar los vinos, y el tratar con gitanos y chalanes para compra, venta o cambalache de los caballos, mulas y borricos, o con gente de Jerez que viene a comprar nuestro vino para trocarle en jerezano, ocupa aquí de diario a los hidalgos, señoritos o como quieran llamarse.

En torno del pilar charlan las mozas que vienen por agua, cada cual con su cantarillo, y suelen hacer el papel de Rebecas con cuantos arrieros Eliezeres acuden allí para que beban, si no sus camellos, sus muías y sus borricos.

¿Cómo no le has traído a la señorita la borrica? preguntó don Pedro, deteniéndose antes de montar, con un pie en el estribo y una mano asida a las crines de la yegua, y mirando al cazador con desconfianza. Primitivo articuló no qué de una pata coja, de un tumor frío.... ¿Y no hay más borricos en el país?, ¿eh? A no me vengas con eso. Te sobraba tiempo para buscar diez pollinas.

que V., á pesar de los años, está firme como un roble, por lo cual me prometo que ha de dar conmigo largos paseos á caballo y á pie, y ha de acompañarme á cazar perdices. Tengo dos magníficas escopetas inglesas, que compré en Calcuta, y con las cuales he cazado tigres, tan grandes algunos de ellos como borricos.

-Pues yo te digo, Sancho amigo -dijo don Quijote-, que es tan verdad que son borricos, o borricas, como yo soy don Quijote y Sancho Panza; a lo menos, a tales me parecen. -Calle, señor -dijo Sancho-, no diga la tal palabra, sino despabile esos ojos, y venga a hacer reverencia a la señora de sus pensamientos, que ya llega cerca.

De esta suerte, yendo y viniendo a lo largo de la calzada, o recostado ociosamente contra el parapeto, dejaba correr una o dos horas, sin más ocupación que la de ver llegar el abasto campesino en el deleitoso amanecer. Sus ojos se holgaban en observar la confusión de trajes versicolores, de fachas rudas y curtidas, de espuertas rebosantes, y el polvoroso tropel de borricos, de bueyes, de rebaños.

Mientras caminábamos hacia él, el señor Paco me dijo con acento triste y resignado: Aquellos señores se han quedado riendo de mi... Bueno; algún día se arrepentirán de esa risa y se llamarán borricos a mismos... ¡Si yo pudiese hablar!... Pero no está lejano el día en que vendrán los más altos personajes a pedirme de rodillas que les revele mi secreto...