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Y, ya que hubo acabado la misa y echada la bendición, tomóla con un pañizuelo, bien envuelta la cruz en la mano derecha y en la otra la bula, y ansí se bajó hasta la postrera grada del altar, adonde hizo que besaba la cruz, e hizo señal que viniesen adorar la cruz. Y ansí vinieron los alcaldes los primeros y los más ancianos del lugar, viniendo uno a uno como se usa.

Tomóla entonces la dama de la mano y entró con ella en el cuarto de Diógenes; púsola sobre la cama sin decir palabra, y salió de la estancia, cerrando la puerta.

Tomóla la capitana de Nápoles, llamada La Loba, regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y jamás vencido capitán don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz. Y no quiero dejar de decir lo que sucedió en la presa de La Presa.

Supo el mal, y tomóla y aderezó una melecina, y haciendo llamar una vieja de setenta años, tía suya, que le servía de enfermera, dijo que nos echase sendas gaitas.

No a qué insultos ni a qué disimulos te refieres replicó la dama con afectación. Pepe intentó con mimo y dulzura quitarle de nuevo el sombrero. Ella le detuvo con gesto imperioso. Tomóla entonces por la cintura y la condujo hacia el diván. Sentóse, y cogiéndole las manos se las besó repetidas veces con apasionado cariño. Ella siguió en pie sin dejarse ablandar.

Ramiro sonriose. El canónigo sacó entonces una moneda de plata y se la alargó a la mujer. La morisca tomola temblando y comenzó a alejarse lentamente. Un instante después, maestro y discípulo escuchaban el rodar de la moneda sobre los guijarros.

Del señor duque de Lerma dijo una voz detrás de Montiño. Volvióse el cocinero mayor, y vió á un lacayo que le entregaba una carta. Tomóla con la mano temblorosa aún por cólera, la abrió y vió que decía: «Señor Francisco: Venid al momento, necesito hablaros. El duque de Lerma. Decid á su excelencia que no puedo separarme en este momento de la cocina dijo al lacayo. Tengo orden de no irme sin vos.

Tomola Maxi y al poco rato se quedaba dormido con la boca abierta, haciendo una mueca que lo mismo podía ser de dolor que de ironía. iv Al ver dormido a su esposo, pareciole a Fortunata que se alejaba; encontrose sola, rodeada de un silencio alevoso y de una quietud traidora.

Tomóla Kate de sobre la mesa y se dirigió a la puerta; mas la señora, siempre taimada y astuta, y sin dejar ver a nadie el juego de sus cartas, dijole con voz muy displicente y quejumbrosa: Mira, hija, prepárame antes una dosis de antipirina... ¡Me está barruntando una jaqueca! Volvió Kate a poco, revolviendo en una copa, con preciosa cucharilla, la medicina pedida.

Cada uno tiene su modo de hacerla dijo ella con imperceptible sonrisa. Confesad que la mía sería singular. Púsose a jugar con mano febril con algunos objetos que había sobre la mesa; sus ojos se detuvieron en una fotografía del pequeño Roberto; tomola y contemplola atentamente. Es lindo mi hijo, ¿no es verdad? ¡Precioso! ¿Por qué lo tomasteis en vuestros brazos cuando yo entré?