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Isidro se acordó de los trabajos realizados en su época de mercenario de la literatura, cuando andaba a caza de notas en bibliotecas y archivos para la confección de un libro que firmaría luego cierto personaje ansioso de entrar en una Academia.

Isagani le contemplaba con atencion: aquel señor padecía la nostalgia de la antigüedad. Pero, volviendo á esa Academia de Castellano, continuó Capitan Basilio; les aseguro á ustedes que no la han de realizar... señor, de un día á otro esperamos el permiso, contesta Isagani; el P. Irene, que usted habrá visto arriba, y á quien regalamos una pareja de castaños, nos lo ha prometido.

Este, que se había acostumbrado a mirar desde su provincia el título de miembro de la Academia Francesa, no solamente como una especie de consagración de la gloria de un hombre, sino de una familia, como un sacramento de la fama legítima y contra la cual la posteridad no osaría protestar jamás, estaban en extremo satisfecho.

¡Ja, ja! decía; esos que antes de ayer apenas sabían decir , Padre, no, Padre, ¿quieren ahora saber más que los que han encanecido enseñando? ¡El que quiere aprender, aprende, con academias ó sin ellas! ¡Seguramente ése, ése que acaba de salir es uno de los del proyecto! ¡Bueno está el castellano con semejantes partidarios! ¿De dónde habeis de sacar el tiempo para frecuentar la academia si apenas teneis lo bastante para cumplir con los deberes de la clase?

Francisco Tárrega, doctor en Teología y canónigo de Valencia, parece haberse ya distinguido en la poesía antes de 1591, puesto que obtuvo el lugar más honorífico en la Academia citada. Vicente Mariner ha celebrado su fama en un pomposo panegírico en latín, lleno á la verdad de frases vagas y sin dar noticia alguna de su vida.

Llega la noche señalada, empujo la mampara de la Academia y penetro en el salón de sesiones. Una muchedumbre de trece a quince personas invade el local destinado al público. Los académicos suelen estar aún en mayor número, llegando algunas veces a ocupar casi todos los bancos delanteros. Pérez ha comenzado ya su discurso.

Mientras él enseñaba los gigantones a criadas, soldados de la Academia y parditos del campo, la sobrina de Luna ayudaba a remendar la ropa a aquella pobre mujer abrumada por la miseria y el exceso de hijos. Cuando el maestro de capilla y el Vara de palo bajaron al coro, Gabriel salió al claustro.

El compañero que tornaba de alguna academia militar, la conversación con algún ingeniero inglés, la frase de desprecio que escuchaba en el casino acerca de los que no tenían carrera, despertábanle de pronto el deseo. Al fin, un día le dijo a su tío que si le daba permiso se iba a Inglaterra a estudiar algo y ver mundo.

Era un muchacho como de diecisiete años, rapado, con uniforme de alumno de la Academia de artillería, parecidísimo a Nucha y a Carmen cuanto puede parecerse un pelón a dos señoritas con buenas trenzas de pelo. Es mi niño afirmó Nucha muy grave. ¿Tu niño? Riéronse las otras hermanas a carcajadas, y don Pedro exclamó cayendo en la cuenta: ¡Bah!, ya .

En fin, será mi casa la academia del buen gusto, del ingenio, de la cortesía y de la inteligencia. Daré conciertos de música clásica. ISIDORA. Yo no si la he oído o no; pero puedo asegurar que me gusta. Te diré... ¿Hay una música en que no se oigan esos mil sonsonetes de ópera que conocemos por los organillos, las bandas militares y los cantantes de afición? Pues esa es mi música.