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Y cuando don Simón, pasada la tempestad, los veía salir del salón por diferente puerta, «esos hombres pensaba van a matarse ahora». Y salía tras ellos azorado; y se los hallaba... comiendo, en un mismo plato, sendos pasteles de crema en el ambigú de la casa.

Hubo brega entre las dos hermanas sobre el mejor derecho a la posesión de Miss, y Concha la dejó caer, con tan mala fortuna, que chocando sobre la mesa aplastó un par de pasteles, y manchada con la espuma del merengue emprendió una furiosa carrera hacia el salón. ¡Mi pobre perrita! ¡Animal...! ¡la has muerto! gritó Amparito, como si hubiese ocurrido una desgracia.

«Con las manos en la masa está Domingo Tiznado, haciendo tumbas a moscas en los pasteles de a cuatroLope de Vega, en el acto II de El Caballero del Sacramento, explica bien el sentido del refrán: «DORISTA. Leerla quiero, por ver en mi desdicha un proverbio.

Así que echaba a un lado esta tarea metíase en la trastienda oscura, grasienta, pringosa, con un olor a hojaldre que derribaba, y sentándose a una mesa que correspondía en un todo al decorado del recinto, se ponía a jugar la copa de Jerez y los pasteles al dominó con su íntimo amigo D. Baltasar Reinoso, uno de los muchos propietarios de cuatro o cinco mil pesetas de renta que residían en Lancia.

En el centro de cada mesa, segun el uso del establecimiento, se presentaban cuatro platitos de colores con cuatro pasteles cada uno, y cuatro tazas de con sus correspondientes cubiertas, todas de porcelana roja; delante de cada banquillo se veían una botella y dos copas de luciente cristal.

Consultado Minghetti sobre el particular, daba señales de asentimiento con la cabeza, y seguía comiendo pasteles. Los comensales le miraban a hurtadillas, y los más perspicaces notaban en él un aire que Körner, hablando bajo con Sebastián, llamó en francés gené; con lo cual Sebastián se quedó a oscuras.

Pero esto es justamente lo que le gusta; penetrar por unos momentos en una especie de más allá, o mundo de ilusión y recuerdo, a solazarse con sus curiosos pobladores y en la certidumbre de que allí también se comen pasteles, y que él, aunque dentro de aquel simulacro de ultratumba, puede salir cuando se le antoje y volver a las delicias de la vida fisiológica y agitada.

Con dar un vistazo a los tan socorridos Libros de gobierno de la Sala de Alcaldes, que se conservan en el Archivo Histórico Nacional, habrían echado de ver los mencionados comentadores que en 1596 se mandó que no se hicieran pasteles y cubiletes de a doce maravedís, y de a ocho y de a cuatro; que en 1642 se trató de que no se hicieran pasteles de a ochavo, y que en 1644 mandaron los Alcaldes que no se impidiese la venta de cubiletes de a cuatro cuartos.

No, ciertamente no eran de a cuatro reales los pasteles de a cuatro, sino de la trigésimacuarta parte de ese valor: eran pasteles de a cuatro maravedis.

El joven quiso sonreir, y contestó, con esfuerzo, que ni la Bolsa ni la prima venían a cuento ahora; él andaba por allí... por capricho, porque le daba la gana. Bueno, hombre, no te enojes; el geniecito de la familia... De la despensa retiró una botella y un trozo de pan, y del saco un envoltorio que, una vez abierto, dejó ver apetitosos relieves de pavo asado y pasteles y rosquillas de maíz.