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Delante de ella había un velador con libros y papeles. D. Valentín estaba allí, sentado en una silla, y no muy distante de su mujer. El aspecto de Doña Blanca era noble y distinguido. Vestida con sencillez y severidad, todavía se notaban en su traje cierta elegancia y cierto señorío. Tendría Doña Blanca poco más de cuarenta años.

El almirante envió á su Secretario para felicitarme, así como á mi Gobierno, por la animación y actividad que se notaban á favor de la campaña, manifestándome al propio tiempo, que entendía muy próximo el día fijado para empezar el levantamiento, y que debía transferirlo para otro más lejano en el que las tropas revolucionarias estuvieran mejor organizadas.

Se presentaban a pedir prórrogas entregando algunas pesetas como donativo gracioso que no influía en la rebaja del débito; solicitaban otros un préstamo humildemente, con timidez, como si vinieran a robar al avariento rábula; y lo extraño del caso era que, según notaban los vecinos, toda aquella gente después de dejar allí cuanto tenía, marchaba contenta, con rostro de satisfacción, como si acabara de librarse de un peligro.

Parecía la cama de una colegiala. Obdulia la contempló largo rato, como si no hubiera visto jamás cosa más sorprendente. En su rostro se notaban los signos de una emoción respetuosa, la que se siente al penetrar en el camarín donde se guardan las reliquias en las catedrales.

El cura, asustado al sentir el frío del agua cerca de la espalda daba órdenes para que el santo volviera atrás. Ya estaba al final de la callejuela, en el mismo río; se notaban los esfuerzos desesperados, el recular forzado de aquellos entusiastas que comenzaban a sufrir el impulso de la corriente. Creían que cuando más entrase el santo en el río más pronto bajarían las aguas.

El navío daba fondo en el patio, los brutos eran desenganchados, el mayoral bajaba de lo alto de su trono, y los viajeros, que aún se mantenían con la cabeza inclinada, y muy agachados, resabio de cuando atravesaron el portal, notaban al fin que no tenían el techo en la corona, se admiraban de verse con vida, y descendían también.

La mayor parte de los espectadores preveían una lucha desigual, mas no faltaban dos ó tres lidiadores expertos que notaban con aprobación la firme mirada y los ágiles movimientos del doncel. ¡Alto, señores! exclamó Norbury apenas se cruzaron las espadas. El arma de Tránter es casi un palmo más larga que la de su adversario. Toma la mía, Roger, dijo Gualtero de Pleyel.

Hasta entonces y hasta la fecha en que rompieron los americanos abiertamente las hostilidades contra nosotros, había abrigado en mi sima las más fundadas esperanzas de que los jefes americanos harían valer ante su Gobierno, los pactos celebrados verbalmente con el jefe de la Revolución filipina; no obstante las señales en contrario que se notaban en su conducta, sobre todo, en la del almirante Dewey que, sin motivo alguno, un día del mes de Octubre se incautó, de todos nuestros buques y lanchas.

¿Pues no le estaba poniendo varas al Provisor?». Esto que no lo notaban, o fingían no verlo, los demás convidados, lo estaba observando él por lo que le importaba. Pero no se daba por vencido, insistía en galantear a la viuda, fingiendo no ver lo del Magistral. Ordinariamente Obdulia y Joaquinito se entendían. «¡Señor! ¡si había llegado a darle cita en una carbonera!

Eran éstas dos lacayos aristocráticamente vestidos con una especie de dalmática ó balandrán negro, con bandas diagonales amarillas, color y emblema de la casa Sandoval; un hombre vestido de camino, rebozado en una capilla parda, que estaba sentado en un largo poyo de piedra que corría á lo largo de la pared en que se notaban la imagen y el escudo de armas, y una especie de matón que echado de espaldas contra una de las pilastras de la puerta, dejaba ver bajo el ala de su sombrero gacho, un semblante nada simpático, y nada á propósito para inspirar confianza.