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Dos toneles colocados en un extremo de la estancia indicaban que no faltaría con qué llenar de nuevo aquellos enormes cubiletes, cuantas veces lo exigiese la sed de los arqueros.

«En tal situación prosiguió Juan, hallándose ya en plena posesión de su tesis y con los cubiletes en la mano , yo te planteo el problema a ti... vamos a ver... Figúrate que eres hombre; figúrate que te encuentras delante de aquella infeliz mujer, que te pide socorro, una defensa contra la miseria y la deshonra, y al verla delante, te reconoces autor de todas sus desdichas, porque la perdiste, porque de ti le vienen todos sus males.

Volveré á llenar vuestros cubiletes, por lo bien que habéis brindado en honor de los valientes que visten el coleto blanco. ¡Venga esa cerveza, ángel mío! y dirigiéndose á la tía Rojana, que le miraba sonriente y complacida, entonó una canción bélica, con vozarrón tremendo y desafinando á todo trapo. Á fe mía que más entiendo yo de dar flechazos que de cantar trovas.

Con dar un vistazo a los tan socorridos Libros de gobierno de la Sala de Alcaldes, que se conservan en el Archivo Histórico Nacional, habrían echado de ver los mencionados comentadores que en 1596 se mandó que no se hicieran pasteles y cubiletes de a doce maravedís, y de a ocho y de a cuatro; que en 1642 se trató de que no se hicieran pasteles de a ochavo, y que en 1644 mandaron los Alcaldes que no se impidiese la venta de cubiletes de a cuatro cuartos.

No más cubiletes de cerveza ni medias raciones de cecina, cuanto te veas otra vez en Horla, sino vino gascón á diario y carne asada hasta que te hartes. Lo que en Horla haré, sargento, si allá llego otra vez, está por ver; lo que es que por ahora voy á meter mi casco en esa caldera y á comer cuanto pueda, por si no volvemos á ver un guiso en todo el día.

Vestian todos calzon angosto y chupa de paño burdo, color de castaña ó pardo, sombreros de paja, pintados de negro, de alas angostas y copas monumentales á estilo de cubiletes; y calzaban gruesos botines claveteados ó zuecos de madera bien trabajados.

He examinado la moralidad de Paris, en las varias esferas sociales, y en todas partes he hallado una misma tendencia, un mismo secreto, una misma cifra: relumbron, efectos cómicos ó trágicos, caras muy lavadas y bonitas por fuera, palaustre. Mucho bombo y mucho platillo, para que acuda gente, para que el corro sea muy grande, y pueda hacer negocio el que maneja los cubiletes.

Una ventaja tiene esta hipocresía maliciosa de Paris: el rico deja en todas partes una porcion de lo que le sobra. Ya sabe el lector las dos razones que tenia para querer salirme del restaurant Champeaux. Una razon era de hacienda, porque sabia que aquello era un juego de cubiletes, que se trataba de escamotear, y que mi humildísimo y trabajadísimo bolsillo iba á ser el escamoteado.

Suponiendo esto, bien puede suponerse que este hombre es caudillo de un apretado escuadrón de sumisos mesnaderos, que entran en las batallas que hoy se usan como un rebaño de borregos; o que tiene arte diabólico para manejar los cubiletes y trampantojos de esa farsa, a su completo gusto; o que si no tiene nada de ello, sabe buscarlo por cualquier camino, y que sabe, además, el valor que esas habilidades representan en el derecho flamante, y la manera de negociarlas.

Eran como los encantados cubiletes del prestidigitador más aplaudido. En cuanto cabe en lo humano, daban una idea aproximada del milagro de pan y peces. ¡Pues bien: apenas parece creíble!