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Miquis había hecho del buen litógrafo infinitas definiciones. Era, según nuestro amigo, un tonel con marca de alcohol y lleno de agua; un oso torcaz; una hidra sin hiel; un alfiler guardado en la vaina de un sable; un cardo con cáliz de azucena; un gorrión vestido de camello, y un epigrama escrito en octavas reales.

El grabado ha sido ejecutado por el señor Supot, que posée el arte, nuevo y poco generalizado todavia entre nosotros, de fijar en láminas metálicas lo que la habilidad del litógrafo ha calcado en la piedra, creando ó imaginando posiciones que interpreten con claridad y sentimiento la escena descrita en el verso.

Consistía en combinar un sistema de anuncios con un sistema de regalos, ofrecidos por las tiendas a cuantos comprasen en ellas. El plan era soberbio. Produciría millones, con tal que todos los tenderos de Madrid aceptaran la cosa, y con tal que todos los industriales facilitasen los anuncios. Ya se había entendido él con un litógrafo que le haría las primeras tarjetas crómicas.

Hoy, como está el día tan bueno, le dije: «Anda, mujer, anda a que te un poco el aire». Y con efecto, ha salido. Ya sabes que un hermano suyo ha venido a establecerse en Madrid. Hará dinero, porque estos catalanes saben ganarlo. ¿No le has oído nombrar? Juan Bou, litógrafo. Está viudo; necesita quien le ayude a arreglar su casa..., y con efecto, Rafaela ha ido allá... Es calle de Juanelo.

Creeríase que todo el contenido de las vastas salas se regocijaba al verse iluminado. Despertaba todo, abriéndose cual ojos soñolientos, y la luz, acometiendo las cavidades negras, resucitaba, como a bofetones, tapicerías, muebles y cuadros. «Anda, anda, ¿quién será este animal? decía el litógrafo parándose ante los retratos . ¡Vaya una tiesura! perdone, caballero; yo creí que era usted un palo.

Repetidas veces la invitó Bou a visitar juntos el palacio de Aransis, cuyas bellezas él no había visto; pero Isidora se excusaba siempre por miedo a la exacerbación de sus sentimientos en presencia de aquellos venerados y queridos sitios, su patria perdida. Un día que la Rufete venía de casa de su prendera, encontró al litógrafo en la calle del Duque de Alba.

Pero me veo obligada a no admitir..., porque quiero a otro hombre. ¡Quiere a otro hombre! repuso con aturdimiento el litógrafo . Después que nos casemos le olvidará usted, y me querrá a . Yo soy muy bueno». Isidora sonrió.