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Cierto. La he visto morir mejor que si fuese un hombre... Usted también la habrá visto... hablo de la Vicenta... ¿Qué Vicenta? La Vicenta Sobrino. No, no la he visto. Es verdad que usted es joven repuso mirándome de arriba abajo ; pero bien pudieron haberle traído aunque fuese chico... Aquí se aprende mucho... No vivía en Madrid. ¡Ay, caballero!

Vicenta, la vieja criada del tío, fue quien abrió la reja que obstruía la escalera. Juanito era el único pariente del señor a quien toleraba la vieja sirvienta. Le saludó con una sonrisa de su boca obscura y desdentada, y como de costumbre, no preguntó por su mamá ni sus hermanas. Aborrecía a aquellos parientes del amo, sabiendo la poca estima en que éste los tenía.

El tono festivo y cariñoso con que ella dijo estas palabras alarmó más a don Juan que la seriedad irritada de momentos antes. ¿Quién...? ¿yo...? Tengo hechos mis preparativos; no quiero ofender a mi vieja Vicenta, que se propone lucirse como cocinera. Mira, también yo gasto, aunque soy un pobre.

Marchaban en tal estado de agitación que los esposos se detuvieron sorprendidos y recelosos. ¡Vicenta! Las domésticas tuvieron el paso, y al verles, el miedo y el dolor se pintó en sus semblantes. ¡Ay, señoritos del alma! exclamaron casi a un tiempo las dos. ¿Qué ocurre? preguntó Mario petrificado de terror. ¿El niño?... ¿un coche?... gritó Carlota sacudiendo a la niñera por el brazo.

Aquí se aprende a tener corazón y a ver lo que es el mundo... Pues, como le decía, la Vicenta era mujer que valía lo que pesaba... ¡tenía más agallas que un tiburón!... La verdad es que daba gusto verla tan serena; porque, al fin, siempre es una fatiga ver a una persona humana dando diente con diente y poniendo los ojos de carnero degollao... Yo he visto de todo... Mire V.; a la Bernaola la han tenido que subir a puñaos... y a muchos hombres también, no vaya V. a creerse.

Los que no tenemos dientes hemos de abstenernos de muchas cosas; muchas gracias si uno puede comer sopas de ajos y tiene con qué pagarlas.... Algo he comprado: unas pocas castañas y nueces; pero no para , son para Vicenta, que aunque ya es vieja tiene una dentadura envidiable. Poquita cosa. Ya ves ... para y la criada poco necesitarnos.

Decididamente, no tenía la cabeza bien. ¡Mire usted que pensar un hombre de su carácter y sus años que estaría mejor servido con una chica así que con su vieja Vicenta...! Vaya; el Chartreuse, con su calor de falsa juventud, hace pensar locuras.... «¡A tomarte el café, viejo verde...!» Y se bebió la taza de un trago. Sonaba la campanilla de la puerta. Será Roberto dijo Concha.

¿En toda la tarde no se ha acercado nadie al chico? Nadie. , mujer interrumpió Vicenta. Le ha dado un beso esa prendera que conocen los señoritos, que se llama D.ª Rafaela. Le besó y le regaló unos caramelos. Pensé que la señorita hablaba sólo de hombres replicó la niñera. Carlota guardó silencio de nuevo y meditó. Está bien dijo al cabo.

Parece que los telares paran las ratas a montones. ¡Y qué atrevidas! ¡Degüellan a los polluelos, se comen las crías, y cualquier día creo que bajarán para devorarnos a Vicenta y a ! ¿Y lo desvergonzadas que son...? ¡Mira... mira! Y al mismo tiempo que señalaba a un extremo del vasto taller, cogió un pedazo de madera y lo arrojó con fuerza al lugar donde se agitaba el terrible roedor.

No, señorita... no le ha atropellado ningún coche. Se ha perdido. ¡Búsquenlo ustedes! ¡búsquenlo! gritó a su vez Mario desesperadamente. Hace tres horas que lo estamos buscando, señorito respondió Encarnación rompiendo a sollozar. Vicenta explicó el caso. Su compañera no acertaba a hablar. Ambas habían ido con el niño al Retiro, permaneciendo allí toda la tarde.