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Sin embargo, estando en conversación con él en la sala, cuando menos parecía indicarlo la expresión de su fisonomía, rompió a sollozar fuertemente. Miguel la acarició y la consoló en los términos mejores que pudo.
A su vez doña Paula guardó silencio y ocultó su rostro lloroso entre las manos. Transcurrieron algunos instantes. ¿Tiene alguna queja de mí? ¡Qué ha de tener! ¿Quién podrá tener queja de ti, mi cordera? Entonces, si es que ya no le gusto o no me quiere, ¿qué vamos a hacer?... Más vale que me desengañe a tiempo. ¡Oh! gritó doña Paula rompiendo de nuevo a sollozar.
La joven luchó algunos momentos con furor; pero no pudiendo desprenderse de aquellos brazos cortos y membrudos de oso, se dejó caer al fin en el asiento, llevose las manos a la cara y rompió a sollozar. ¡Dios mío, ha sido grande el pecado, pero qué castigo tan terrible! Cinco años después. Trascurrieron cinco años.
Un sentimiento de dignidad, que muchas veces se aloja con fuerza en los corazones infantiles, le prestó fortaleza para resistir el llanto que brotaba a los ojos. Dirigió a su madrina una mirada de indefinible tristeza y salió corriendo de la estancia. Cuando llegó a la escalera se dejó caer sobre un peldaño y rompió a sollozar.
Llegó la hora: me voy, no sea que papá suba y me sorprenda... no puedo respirar, tiemblo como si tuviera miedo, y no tengo miedo, pero sí tristeza, mucha tristeza... Fué al dormitorio, y de la percha descolgó el sombrero; la vista de objetos que le eran familiares, le causó emoción tan grande, y sobre todo, el papel clavado en la almohada, a manera de fúnebre inri, que se puso a sollozar.
Y rompió a sollozar perdidamente murmurando frases ininteligibles. El prelado se inclinó hacia ella y le habló con dulzura. Sosiéguese usted, hija mía. Sosiéguese usted y aprenda que un sucesor de los Apóstoles no puede sentir prevención ni odio. Si usted ha pecado, pida la absolución a su confesor.
Entonces se fijó Simón en la niña; y olvidando por un momento sus disgustos, corrió también hacia ella. ¿Te has caído? la preguntó con cariñoso anhelo . ¿Te han pegado? ¿Por qué sangras?... ¡Habla, hija mía, por Dios!... La niña, después de sollozar un rato, refirió, punto por punto, cuanto la había ocurrido.
No, señorita... no le ha atropellado ningún coche. Se ha perdido. ¡Búsquenlo ustedes! ¡búsquenlo! gritó a su vez Mario desesperadamente. Hace tres horas que lo estamos buscando, señorito respondió Encarnación rompiendo a sollozar. Vicenta explicó el caso. Su compañera no acertaba a hablar. Ambas habían ido con el niño al Retiro, permaneciendo allí toda la tarde.
Pero el rostro de la niña al hacerlo empalideció, dió unos pasos atrás como si estuviese mareada y se dejó caer sobre un cable enrollado; tapóse los ojos con las manos y comenzó á sollozar fuertemente. Quedaron estupefactos todos. Hubo unos momentos de silencio. Varios acudieron al fin solícitos preguntándole: ¿Qué te pasa, Mercedes? ¿Te has puesto mala? ¿Qué te pasa, hija, qué te pasa?
Sentía deseos de sollozar. Acaso esto hubiera aliviado su corazón, pero el orgullo dominaba sus lágrimas, las obligaba a volverse atrás cuando querían salir. Largo rato paseó por la estancia sin detenerse, con el rostro pálido, los ojos secos y febriles, la frente dolorosamente fruncida. A la puerta oyó los leves aullidos del perro que quería entrar. Fue a abrirle.
Palabra del Dia
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