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Recordaba el promontorio tal como era cuando la difunta princesa tuvo la humorada de adquirirlo: un antiguo refugio de piratas; una lengua de rocas batidas y desordenadas en los días de viento mistral, con profundas cuevas abiertas por el oleaje roedor, que hacían desmoronarse las tierras superiores y amenazaban fraccionar su longitud en una cadena de isletas y escollos.

Iba a Madrid a solicitar una colocación inútilmente, a «dar sablazos», a mendigar de todas las personas conocidas. Ya no era el lobo que descendía de la cumbre en busca de alimento; era el pobre roedor, tímido y anonadado, que trepaba lentamente desde el fondo de su madriguera a las alturas de la gran población, esperando una migaja del banquete de los fuertes.

Otros había, y estos eran los más á propósito para apreciar la sensibilidad exquisita del ministro y la maravillosa influencia que ejercía su espíritu sobre su cuerpo, que pensaban que el terrible símbolo era el efecto del constante y roedor remordimiento que se albergaba en lo más íntimo del corazón, manifestándose al fin el inexorable juicio del Cielo por la presencia visible de la letra.

Y en aquel lugar, en verdad, estaba, y allí había estado desde hace largo tiempo, el roedor y emponzoñado diente del dolor físico.

Para él, mi dicha consiste en no rehusarme nada, en satisfacer todos mis caprichos y en prevenir mis menores deseos... Nada más, y es poco... ¡Cómo! ¿Ni una parienta? , parientes... pobres. Sabe usted, capitán, que es uno de los inconvenientes de la riqueza el ver siempre el gusano roedor que ataca a los más hermosos frutos. ¡Es tan raro el encontrar un cariño desinteresado!

En una de aquellas noches de Agosto le dio el diminuto roedor tanta guerra a la madrecita, que esta se levantó al amanecer con la firmísima resolución de cazarlo y hacer el más terrible de los escarmientos.

Organizose una especie de sociedad compuesta de cuatro personas, Amparo, Ana, Borrén y Baltasar; cada vez que celebraba sesión este círculo, ya se sabía que la Comadreja «cargaba» con el ronco y galanteador Borrén. Entreteníale con pesadas bromas, con todo género de indirectas y burletas, subrayadas por la risa de sus labios flacos, por el fruncimiento de su hocico de roedor.

Parece que los telares paran las ratas a montones. ¡Y qué atrevidas! ¡Degüellan a los polluelos, se comen las crías, y cualquier día creo que bajarán para devorarnos a Vicenta y a ! ¿Y lo desvergonzadas que son...? ¡Mira... mira! Y al mismo tiempo que señalaba a un extremo del vasto taller, cogió un pedazo de madera y lo arrojó con fuerza al lugar donde se agitaba el terrible roedor.

Era el bufón del rey un hombre como de cincuenta años, pequeño, rechoncho, de semblante picaresco, pero en el cual, particularmente entonces que estaba encerrado con Quevedo, y no necesitaba encubrir el estado de su alma, estaba impresa la expresión de un malestar roedor, de un sentimiento profundo, que daba un tanto de amargura infinita á su ancha boca, cuyos labios sutiles habían contraído la expresión de una sonrisa habitual, burlona y acerada cuando estaba delante del mundo, sombría y dolorosa entonces que el mundo no le veía.

Aveisle visto removido un instante de su obstinacion? En todas edades es molestado deste gusanillo roedor de la poesia: muchacho, mancebo, varon, viejo, decrepito; al amanecer, á medio dia, á la tarde, á la noche, todo es versificar; todo es romances, sonetos, decimas, liras, octavas, etcétera...» Hasta aquí Suárez de Figueroa; pero sus advertencias, como es de presumir, fueron vanas.