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Con cuán victorioso despecho preguntábase entonces: ¿Cómo el alma del creyente podía correr en pos de un grano de vida como aquél, de una migaja de sensualidad efímera, y a veces emponzoñada, si Dios le ofrecía desde el cielo los goces infinitos y eternos?

Hay un refrán en nuestra España, a mi parecer muy verdadero, como todos lo son, por ser sentencias breves sacadas de la luenga y discreta experiencia; y el que yo digo dice: "Iglesia, o mar, o casa real", como si más claramente dijera: "Quien quisiere valer y ser rico, siga o la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte de la mercancía, o entre a servir a los reyes en sus casas"; porque dicen: "Más vale migaja de rey que merced de señor". Digo esto porque querría, y es mi voluntad, que uno de vosotros siguiese las letras, el otro la mercancía, y el otro sirviese al rey en la guerra, pues es dificultoso entrar a servirle en su casa; que, ya que la guerra no muchas riquezas, suele dar mucho valor y mucha fama.

Además, su sentimiento al ver morir tan nobles animales, ¿no era ya una sensación digna de cantarse en primorosa prosa? Pidió pues prestada al mayordomo su escopeta, encaminose al estanque, y, con el corazón sangrando, a una vara de distancia, ¡pam! asesinó el primer cisne que saliera a recibirlo, esperando la consabida migaja de pan... ¡Inútil sacrificio!

Caridad á la dádiva avarienta, migaja de su mesa suntüosa, que presta, haciendo cuenta de recobrar crecida de la mano potente y dadivosa de un Dios que se ha forjado en otra vida.

Toda mi dignidad, toda la importancia que yo tenía a mis propios ojos, me venían de ese papel de protectora. Así crecía yo con ese amor, me alimentaba con esa pasión, de la que nunca la menor migaja debía caer para de la mesa. Cuando llegó el otoño, noté que Marta manifestaba una agitación extraordinaria.

Luego cosa es clara, añadia yo, que debiera uno escoger no tener migaja de razon, si en algo contribuye la razon á nuestra infelicidad. Todo el mundo fué de mi mismo dictámen, mas ninguno hubo que quisiese entrar en el ajuste de volverse tonto por vivir contento. De aquí saco que si hacemos mucho aprecio de la felicidad, mas aprecio hacemos todavía de la razon.

Y aquel infame Belarmino, sabía Dios merced a qué socaliñas y malas artes, le hurtaba, sin dejar una migaja siquiera, el aplauso y atención que a él en justicia se le debían, puesto que Belarmino era insensato charlatán y prevaricador de la lezna y el cerote, en tanto él, Apolonio, por don natural, componía los más primorosos artificios, así zapateriles como poéticos. «No hay justicia, ni sentido, ni plan en el mundo» pensaba Apolonio . «Bien lo presumía yo, aunque todavía inexperto, cuando escribí mi Cerco de Orduña o Señor de Oña

Iba a Madrid a solicitar una colocación inútilmente, a «dar sablazos», a mendigar de todas las personas conocidas. Ya no era el lobo que descendía de la cumbre en busca de alimento; era el pobre roedor, tímido y anonadado, que trepaba lentamente desde el fondo de su madriguera a las alturas de la gran población, esperando una migaja del banquete de los fuertes.

Yo puedo expresarme así porque soy hombre; porque me cisco en la sociedad y en lo que diga la gente. Pero mi hermana es mujer y necesita, para que la respeten, para vivir tranquila, hacer lo que las demás mujeres. Tiene que casarse con el hombre que ha abusado de ella, aunque no sienta ni una migaja de cariño. Jamás volverá a hablar con su antiguo novio; sería una villanía el engañarle.

Después cerró la puerta y se guardó la llave, y, encarándose con Ángela, le dijo con acento amenazador: ¡Si tratas de darle una migaja más por la rendija, cuenta conmigo! Bajó de nuevo la escalera. Ángela se fue a un rincón a llorar. El Molino volvió a quedar en silencio. Por la noche supo Andrés en la taberna lo acaecido en el Molino. Celesto le refirió la escena con pelos y señales.