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Preguntome si quería comenzar por el de pitillos, que era el suyo y el más numeroso. Ningún inconveniente tuve.

Recordarle en tales momentos antiguos títulos de amistad, era todo nuestro afán, y hallar su memoria accesible á los evocados recuerdos, el mejor negocio para nosotros, condenados á fumar anís á pasto, y, lo que aún era peor, los pitillos de cinco al cuarto que vendía Godos en la subida de los Remedios; pitillos que transcendían á demonios desde media legua, y lo mismo tumbaban chicos que cañas un vendaval recio.

Respecto a condiciones morales, era lo que el vulgo llama un bendito. Su fidelidad a Manuela, aun en la época de su juventud, rayó en lo increíble, y con los hijos se caía de puro bueno. Uno de sus mayores placeres consistía en que Leocadia le leyera los periódicos, cuyas noticias de la guerra comentaba, como hablando consigo mismo, mientras liaba los pitillos que había de fumar al día siguiente.

Pitillos, señor, aunque sean de los de mataquintos. El hombre es humo, y en faltándole el humo, ya no es nada. Aquí tiénennos sin corbata, que es peor que no comer. Señor, las lentejas, y las judías y los garbanzos tienen coco. El queso está ratonado. Que lo sepa el excelentísimo señor Presidente de la Diputación. ¿Y carne? Pa agolerla.

Es mejor hacer pitillos que encajes, chica. ¡Fumar, siempre fuma la gente; pero los encajes en invierno... es como vivir de coser telarañas! Y levantándose, cogió un tiesto que estaba en la ventana y lo entregó a Amparo. Toma, me alegro de que vinieses... cuídame mucho la malva de olor, que por el camino tengo miedo de que se rompa el tarro.

Echose al cuerpo el periódico, leyendo con extremada atención las conferencias de hombres políticos, y repasando al fin los muertos y los anuncios. Luego, mientras atarugaba la máquina de pitillos, meditaba sobre los sucesos del día y sobre política general. No carecía de convicciones arraigadas en materia de gobernación del reino.

Entonces se atrevió a preguntar al chicuelo mugriento, mofletudo y asabañonado que le despachaba. ¿Está el amo? El señor Juaneca ha salido. No, don Quintín. Ese era el de enantes, que vendía pitillos de contrabando y lo quitaron por gandul. ¿Y dónde ha ido a parar? Le dieron otro estanco, y no más. ¡Valientes puercos debían de estar él y toda su casta! ¡Cómo dejaron la casa de telarañas!

Oyó a todas y convino con ellas en que, efectivamente, era una picardía no pagarles lo suyo; y, ventilado este punto, siguió liando pitillos, sin añadir arenga, excitación, sermón político ni cosa que lo valiese.

Me dijo que era inspector del taller de pitillos, y que conocía personalmente a muchísimas operarias, sobre todo de vista. Cuando veo a una mujer en la calle, es difícil que no sepa decir si trabaja o no en la fábrica. En su opinión, lo mejor que podíamos hacer era entrar en los talleres, recorrerlos despacio a ver si distinguía entre las mujeres a la que buscaba.

La Comadreja la acompañó en la visita. Descendieron juntas al piso inferior, con propósito de aprovechar la ocasión y verlo todo. Si los pitillos eran el Paraíso y los cigarros comunes el Purgatorio, la analogía continuaba en los talleres bajos, que merecían el nombre de Infierno.