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Repetidas veces la invitó Bou a visitar juntos el palacio de Aransis, cuyas bellezas él no había visto; pero Isidora se excusaba siempre por miedo a la exacerbación de sus sentimientos en presencia de aquellos venerados y queridos sitios, su patria perdida. Un día que la Rufete venía de casa de su prendera, encontró al litógrafo en la calle del Duque de Alba.

La comprendía y la excusaba. ¡Un mozo tan guapo como su Jaime!... Pero la mozuela alborotó con sus trajes y ademanes las tranquilas costumbres de la ciudad; las buenas familias se indignaron, y doña Purificación trató con ella, valiéndose de intermediarios, para darle dinero y que abandonase la isla. En otras vacaciones el escándalo fue mayor.

Recordarle a ella los hechos pasados, cuando su memoria, reavivada por el rencor, se los presentaba día a día, más patentes cuanto más lejanos, tenía razón, muchísima razón: era horrible, era injusto, era inicuo... ella no excusaba a Quilito, pero, en la situación en que se encontraba, había que salvarle, ¿de qué manera? veinticuatro horas hacía que estaba sufriendo esta tortura, y no halló más salida que esa, la más difícil... Y pensarlo bien, ¿no era más humillante que el pagaré cayera en poder de Esteven, quien podía creer que ella y el padre estaban complicados en el enjuague?

Doña Luz no se excusaba de asistir a tales funciones, y casi siempre acertaba a dejar prendados a todos de su amabilidad y alegría. La amistad de doña Manolita La vida de doña Luz era, no obstante, tan regular, tan monótona, tan sin accidentes que diferenciasen unos días de otros días, que habían pasado los años, y en la memoria de ella eran como sueño fugaz, donde todo estaba confundido.

Maltrana se excusaba, algo contrariado de que por esta vez no le fuese posible alardear de una amistad. Apenas se había fijado en ella: ¡pchs! ¡la mujer de aquel borrachín director de orquesta!... Era algo arisca; huía de la gente; apenas se trataba con las otras damas de la compañía. Vivía para su hijo, un pequeñín de cabeza enorme, siempre agarrado de su mano.

La niña le preguntaba por los suyos, y él respondía como aturdido, no pudiendo pensar en otra cosa que en su grotesca aparición. Vergüenza mayor no había pasado jamás. ¿Qué gesto, qué palabra podría hacerle recobrar su apostura? Todos pedían a Beatriz que danzara, y ella se excusaba débilmente.

Poco más de dos años hacía que estos chicos habían quedado huérfanos de madre, muerta, según decían en la aldea, «de punta de costado y pulmoníaDesde entonces, Ángela y Rosa quedaron al frente del manejo interior de la casa, lo cual no les excusaba de asistir al trabajo en tiempo de labores, para ayudar a su padre, a Rafael y al criado.

Al terminar el almuerzo, algunos oficiales se levantaron, requiriendo sus sables para cumplir actos del servicio. El capitán von Hartrott también se levantó: necesitaba volver al lado de su general; había dedicado bastante tiempo á las expansiones de familia. El tío le acompañó hasta el automóvil. Moltkecito se excusaba una vez más de los desperfectos y despojos sufridos por el castillo.

El Magistral excusaba palabras, pero no las que aclaraban su proyecto. «¿Qué iba a hacer Petra para poner a la vista del estúpido Quintanar aquella vergüenza? ¿Revelaciones? no podían hacérsele. ¿Anónimos? eran expuestos...». «¡Qué! no señor, nada de eso; ha de verlo él», repetía Petra, olvidada de sus fingimientos, con placer de artista.

No sólo excusaba aquel delirio de venganza, extravío de un espíritu ulcerado, de una madre enloquecida hasta la desesperación, sino que lo aprobaba y lo comprendía, y se regocijaba por ser su ciego instrumento. Otra había hecho la tarea que repugnaba a su natural lealtad; no tenía más que lavarse las manos.