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Era teniente y continuaba sus estudios para ingresar en el Estado Mayor. «¿Quién sabe si llegará á ser otro Moltke?», decía el padre. Y la bulliciosa Chichí lo bautizó con un apodo, aceptado por la familia. Otto fué en adelante Moltkecito para sus parientes de París. Desnoyers se admiró de las transformaciones realizadas por los años.

El sobrino, adivinando lo que pensaba, repitió la eterna excusa: «¡Qué hacer!... Es la guerraPero con Moltkecito no tenía por qué guardar los miramientos del miedo. Esto no es guerra dijo con acento rencoroso . Es una expedición de bandidos... Tus camaradas son unos ladrones. El capitán von Hartrott creció de pronto con violento estirón.

Al terminar el almuerzo, algunos oficiales se levantaron, requiriendo sus sables para cumplir actos del servicio. El capitán von Hartrott también se levantó: necesitaba volver al lado de su general; había dedicado bastante tiempo á las expansiones de familia. El tío le acompañó hasta el automóvil. Moltkecito se excusaba una vez más de los desperfectos y despojos sufridos por el castillo.

Su Moltkecito era tan peligroso y feroz como los otros... Pero el capitán cortó la conversación, repitiendo una vez más la eterna y monstruosa excusa: Muy horrible, pero ¡qué quiere usted!... Así es la guerra. Luego pidió noticias de su madre, alegrándose al saber que estaba en el Sur.

Aquel capitán vigoroso y de aire insolente, que podía fusilarle, era el mismo pequeñín que había visto corretear en la estancia, el Moltkecito imberbe del que reía su hija... Mientras tanto, el militar explicaba su presencia allí. Pertenecía á otra división. Eran muchas... ¡muchas! las que avanzaban formando un muro extenso y profundo desde Verdún á París.