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A las cuatro de aquella tarde, cuando, después de salir las tres damas, Clara se encontró sola, quiso satisfacer su curiosidad leyendo la carta que le había dado el abate; pero observó que Elías andaba por el pasillo: tuvo miedo, y la guardó. Media hora después, habiendo Coletilla salido con Carrascosa, se quedó sola, enteramente sola y encerrada. Entonces abrió la carta.

Dirigióse á la salida, no sin tratar de expresar á Clara con una mirada lo que antes le había dicho con muchas palabras, es decir, que confiara en él y esperara. Hubiera querido verse acompañado de la joven hasta la puerta; pero la infeliz no se atrevió. Cuando el militar estuvo fuera, Coletilla se volvió á Clara, y con irritados ademanes, le dijo: ¿Hace mucho que entró aquí ese hombre?

¡Doña Clarita! dijo Pascuala abrazando á Clara con más suavidad que su marido y llevándola adentro. Al encontrarse en el dormitorio de los Pascuales, la sobrina de Coletilla, que había agotado todas las fuerzas de su cuerpo y de su espíritu en aquella noche, se dejó caer en una silla y perdió el conocimiento. #Un momento de calma#. Bozmediano y Lázaro hablaron poco por el camino.

Los chisperos más famosos del barrio dejaban sus hierros y salían en busca de aventuras. Coletilla lanzó una mirada de rencoroso desdén sobre los transeúntes, y cerrando con estrépito el balcón, dijo; ¡Otra asonada! Las dos muchachas temblaron acordándose del miedo que tuvieron pocas noches antes. ¡Ay, cuándo se acabarán estas cosas! observó Clara.

Cuando contamos nuestras filas y vemos que la mayoría de España está con nosotros, ¿no hemos de tener confianza? Eso mismo digo yo manifestó Aldama, que en presencia de Coletilla no hablaba nunca; pero sabía recobrar, cuando él no estaba, el uso de su muletilla. ¿No ha venido Lázaro? preguntó el Doctrino á Alfonso. No estaba en su casa. Tal vez venga más tarde.

¡El que habló la otra noche excitando á la rebelión! ¡Alborotador de la Plaza Mayor! ¡El sobrino de Coletilla! Estas últimas palabras eran el mayor padrón de deshonra. Núñez se levantó á defender á su amigo; pero no pudo: su voz no fué escuchada. Muchos que temían verse acusados, en cuanto vieron el aluvión que sobre Lázaro caía, descargaron sobre él toda su ira.

Y el amigo de Vinuesa. Señores, éste no es más que Coletilla, el gran Coletilla afirmó Calleja con mucha gravedad." La ferocidad se pintaba en los ojos del matutero y del chalán. El de la cicatriz cogió por el cuello á Elías, y con su mano vigorosa le apretó contra el suelo. "Suéltalo, Chaleco; déjalo tendido."

Es preciso que esa gente aparezca á los ojos del pueblo como urdiendo un plan de golpe de Estado contra la Constitución. El pueblo es fácil de engañar. El pueblo creerá eso y todo lo que sea preciso. Vamos, ¿y qué ha hecho usted esta mañana? preguntó Coletilla. ¿Ha hablado usted á los de Lorencini? Estamos de acuerdo. Y los Comuneros ¿se deciden á marchar con ustedes?

Ese hombre es más criminal que los mayores asesinos, que los más rabiosos anarquistas; ese hombre corrompe al pueblo, corrompe á la juventud exaltada; frecuenta los clubs ... Pero nada de esto sería grave si no se atreviera á tomar en boca un nombre que aman todos los españoles como símbolo de paz y libertad. Ese hombre se llama Elías, y es conocido por Coletilla en los clubs.

Todos los que le conocían de vista en los círculos patrióticos le llamaban Coletilla, apodo elaborado en la barbería de Calleja, algunos días después del famoso aditamento que puso el Rey al discurso de la Corona. Aquel apéndice literario, que tan mal efecto produjo, era designado en el pueblo con la palabra Coletilla.