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Si no se deciden á armar motines, hay que excitarlos por medio de agentes provocadores... Yo soy de opinion que las tropas esten sobre las armas y se aparente abandono é indiferencia, para que se envalentonen y á cualquier disturbio, allá encima, ¡y energía! El fin justifica los medios, decía otro; nuestro fin es nuestra santa Religion y la integridad de la Patria.

La veneración del poeta hacia el poder absoluto era tan grande, que creía que sus representantes sólo habían de mostrarse á cierta distancia, y de aquí que no nos los haya representado, en su vida privada y en sus asuntos de estado, sino como poderes superiores, que, á modo de providencia, deciden de los destinos del mundo.

A me gusta ser muy claro en mi vida; he sabido siempre en casos semejantes lo que otros arriesgaban y lo que yo mismo ponía en riesgo. Por fortuna, ni de una ni de otra parte se exponía nada muy preciado. Me gustan las cosas que se deciden prontamente y en igual forma se desenlazan. La felicidad, la verdadera dicha, es en una leyenda.

Los pretendientes explotan el valimiento y la influencia de las señoras. Casi siempre son las faldas las que deciden quién se ha de sentar en los coros de las catedrales. Pues suponga usted, compañero, que yo tengo faldas, que soy una dama... ea. Pero si yo no lo he de decidir... Mire usted que si no me nombra mi canónigo, no me muero, y le estaré atormentando meses y meses.

Los judíos, para saciar su rabia, deciden sacrificarlo, como á Cristo, con iguales martirios, y el último acto nos representa la serie de dolores que sufre el mísero niño; lo azotan, lo coronan de espinas y lo crucifican, sin abandonarlo en sus tormentos la paciencia y la resignación celestial; al fin asciende al cielo su alma, escoltada por ángeles, mientras los judíos celebran orgías y entonan cánticos alegres, formando el conjunto cuadros sorprendentes por la profunda emoción que excitan en nuestra alma, haciéndonos dudar si hemos de admirarlos por sus bellezas poéticas sublimes, ó censurarlos por su singularidad y extravagancia.

Miéntras tanto es bendicion de Dios lo que entre nosotros prospera, con particularidad en los exércitos numerosos, que constan de honrados ganapanes muy bien educados, los quales deciden la suerte de los estados, y donde se puede afirmar con certeza, que quando pelean treinta mil hombres en campal batalla contra un exército igualmente numeroso, hay cerca de veinte mil galicosos por una y otra parte.

Genios ignorados de los demas, y de mismos. ¡Cuán pocos son los profesores dotados de esta preciosa habilidad! Y ¿cómo es posible que los haya en el lastimoso abandono en que yace este ramo? ¿Quién cuida de aficionar á la enseñanza á los hombres de capacidad elevada? ¿Quién procura fijarlos en esta ocupacion, si se deciden alguna vez á emprenderla?

De hondonada en hondonada; y de precipicio en precipicio, dieron las cabalgaduras con nuestros huesos en el término de la ascensión. Nos encontrábamos en la línea que divide las provincias de Cavite y Batangas. La división de estas provincias la deciden la dirección de las corrientes que se deslizan por las pendientes del Sungay.

Pero estos cocodrilos no se deciden a irse repuso Van-Horn . ¡Aquí viene otro! ¡Duro con él, muchachos! gritó el Capitán. Dos disparos sonaron casi a un tiempo. El cocodrilo dió un salto que lo hizo caer al borde del banco, de donde rodó al río desapareciendo bajo el agua.

Era, indudablemente, un hombre extraordinario el que llegó a producir en un pueblo, pequeño o grande, eso poco importa, fenómeno como el que acabo de indicar. Decíales a ustedes hace poco que había en realidad en su vida toda algo que indica que él se consideraba providencialmente destinado a semejante misión. Esa impresión, mucho tiempo después de muerto él, la recibí directamente por unos renglones suyos, y en la obra de menos importancia de todas aquellas que ha publicado el señor Gonzalo de Quesada, piadoso recolector de sus escritos; en una que se titula La Edad de Oro y que es un volumen que contiene los trabajos que insertara Martí en cuatro o cinco números, muy pocos, de una revista que publicó, dedicada a los niños, y de la que él era el director y el redactor casi único. En uno de esos artículos, que se encuentra al principio, el que se denomina «Tres Héroes», Martí habla a los niños, en sencillo lenguaje, de Bolívar, de Hidalgo y de San Martín; y refiriéndose al primero, escribe estas palabras que voy a permitirme leeros y en las que entiendo que hay incuestionable, inconscientemente, y en síntesis, un poco de autorretrato: «Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. Era su país, su país oprimido, que le pesaba en el corazón, y no le dejaba vivir en paz. La América entera estaba como despertando. Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba. Lo habían derrotado los españoles: lo habían echado del país.