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El Doctrino tenía algo de lúgubre, hablaba poco, y siempre con una lentitud melancólica que anunciaba en él pensamientos ocultos y un frío y siniestro cálculo que no quería dejar traslucir. Eso mismo digo yo repitió Aldama, que estaba resuelto á no desairar la botella mientras tuviera dentro alguna cosa. Pues lo primero, señores dijo Alfonso, es constituirnos de cualquier modo que sea.

Llamó con los dedos en los cristales. Diga usted, Juan, ¿esta tarde ha venido algún caballero a verme? El portero vaciló un momento sin acordarse, pero su mujer respondió en voz alta: , hombre, ¿no te acuerdas de un señorito joven que preguntó por los señores de Aldama? ¡Ah! , un señorito alto, grueso, de pelo rubio. Le dije que no estaba el señorito. Me contestó que era igual y subió...

Vamos, no me sermonee usted más, don Germán. Lo que he dicho de mi tío es una broma. Ya sabe usted demasiado que le estimo. Serías un ingrato si otra cosa hicieras. Tu padre no dejó mucho más de cincuenta mil duros y tu tío acaba de entregarte ochenta mil. Tristán Aldama era hijo de un periodista que abandonó muy joven su profesión para dedicarse a asuntos comerciales.

¿Qué le parece á usted? dijo el Doctrino. Bien, bien. Vamos á echar un trago añadió el joven, tomando de manos de Aldama una botella que éste habla sacado, no sabemos de dónde, al desaparecer los compañeros. Yo no bebo, no dijo Elías tomando la botella y echando vino en el vaso de los otros dos. Yo no bebo. Esta noche en la fontana. ¿Va usted?

Los de Aldama ni siquiera se dignaron contestarle pasando fríos y arrogantes por delante de él. Cuando se hallaban ya a alguna distancia uno de ellos dejó escapar en voz bastante alta una frase sangrienta que Narciso Luna no oyó o no quiso recoger. Tristán les esperaba en el café impaciente.

El general y el gerente son hombres muy sinceros, no hay que dudarlo, pero ni la nación ni la sociedad depositarán ya en ellos jamás su confianza. ¿No teme usted, amigo Aldama, que el público haga con usted lo mismo?

Cuando contamos nuestras filas y vemos que la mayoría de España está con nosotros, ¿no hemos de tener confianza? Eso mismo digo yo manifestó Aldama, que en presencia de Coletilla no hablaba nunca; pero sabía recobrar, cuando él no estaba, el uso de su muletilla. ¿No ha venido Lázaro? preguntó el Doctrino á Alfonso. No estaba en su casa. Tal vez venga más tarde.

¡Vea usted lo que está diciendo, señor Aldama! profirió Cirilo perdiendo la paciencia e incorporándose en la butaca . Considere usted que con esas reticencias me está usted ofendiendo y que yo no le he dado motivo alguno para ello.

Algunos minutos después, abrumada quizá por el peso de su gloria y sintiendo generosamente el deseo de compartirla, la pianista preguntó por qué el señor Aldama no leía alguna de sus hermosas poesías que tanto renombre le habían dado. Como se trataba de un hermano de los amos de la casa los demás también lo preguntaron.

Suéltenlo ustedes: es un santo. En aquel instante entraba en el saloncillo Reynoso con García. Este, para no turbar a su amigo Aldama, había escrito desde la delegación una esquelita a aquél haciéndole saber lo que le ocurría. Don Germán se apresuró a ir allá y afianzarle. Llegaba el buen García feliz, resplandeciente.